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Columna
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No digan que no lo avisamos

La campaña de la autonómicas dejó a Galicia convertida en uno de esos garitos de mala nota de las películas de cine negro. Esos donde la clientela paga por asistir a peleas sin reglas y solo importa quién aguanta de pie al final. Carecería de sentido ponerse a discutir otra vez quién arreó mas sucio o con golpes más bajos. Cada uno tendrá formada su opinión. Además ya pasó y no tiene remedio. La Democracia Feijoniana tardó en percatarse de que se puede ganar el gobierno a base de escándalos, pero resulta imposible gestionar una escandalera interminable. Antes o después la opinión pública se hastía y genera el efecto contrario. La gente acaba encajando mal que te pregunten por el paro y tú saques unas facturas de un conselleiro que ya nadie recuerda ni le importa.

Galicia se merece una política que no nos haga sentir vergüenza ajena cada mañana

La Democracia Feijoniana pareció entender la diferencia tras casos como la peripatética imagen de contemplar a medio Gobierno ejerciendo de comerciales de un concesionario de automóviles. O el inquietante episodio sobre la presunta trama de financiación ilegal socialista, que ha derivado en dos directores generales imputados por abuso de poder; y subiendo. Desde las filas de la oposición, socialistas y nacionalistas arrancaron la legislatura con ostensible ánimo de revancha. Pero el tiempo les fue enseñando que andar en busca de la factura perdida no te convierte en Indiana Jones y además, quien gobierna siempre tiene mas cajones para revolver. Dio la impresión de iniciar también entonces su propio periodo de descompresión. Apenas interrumpido por episodios menores alimentados por Wikirueda, nuestra versión enxebre y algo cutriña del celebre Wikileaks. Como aquella novelucha chusca que, con la subvencionada ayuda del periódico de derechas coruñés, pretendió convertir a una consultora de cuarta como Torres y Carrera en poco menos que la CIA, o al entorno de Touriño en un remedo de la surrealista e inefable TIA de Mortadelo y Filemón

La cercanía de las elecciones y, probablemente, una demoscopia que pronostica que el poder municipal gallego presenta elevadas probabilidades de mantenerse como está, ha reactivado eso que Roberto Saviano denomina la "máquina del fango" al explicar el fenómeno Berlusconi. Todo vale y todo valdrá aún más para demostrar que todos son iguales, todos son culpables y la política es pura basura. El PP emite señales de estar decidido a repetir la estrategia de 2009. La oposición avisa que devolverá golpe por golpe. Uno tras otro han ido regresando los clásicos. Las flotillas de audis, los ejércitos de asesores, los sultanatos del lujo o la mismísima casa de Pachi Vazquez, que ya dábamos por amortizada, se revisitan con la pasión con que se vuelve al primer amor.

¿Se equivocó el líder socialista al mezclar a Feijóo con el narcotráfico? Por supuesto. De hecho, se confundió tanto con su patada verbal que ha acabado siendo el principal lesionado ¿Merecen crédito los populares al rasgarse la vestiduras y hacerse los ofendidos? Pues tampoco. Cuando se convierte en estrategia acusar al rival de maltratar a su familia, u ordenar chivatazos a una banda terrorista, con las mismas pruebas que presentaba la Inquisición para quemar brujas, no debería extrañar acabar en la hoguera. Aquí, los únicos que tenemos derecho a algo somos los votantes. No nos merecemos esto. Galicia se merece una política que no nos haga sentir vergüenza ajena cada mañana.

El presidente y la derecha son muy libres de meterle gas a su máquina del fango. A ver si a la segunda aprenden que conduce a un Gobierno encerrado en su propio lodazal, mientras intenta que le compren unos coches usados, o alguien competente cometa la estupidez de aceptar el suicidio civil de ocupar un cargo público, convertirse en un muñeco de pimpampum y traer la desgracia a su familia. La izquierda y el nacionalismo pueden continuar intentando construir su propia máquina. A ver si a la segunda comprenden que semejante campaña deriva en la inevitable desmovilización de sus electores y únicamente se combate con transparencia, información y buenas ideas para el gobierno. Quedan avisados. Después no vengan llorando porque alguien se ha metido con ellos. O a contarnos que todo fue un teatrito sin valor porque había elecciones y ya se sabe, lo que se suelta en campaña nunca es en serio, no cuenta o era de mentira.

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