Túnel de viento

Vale, de acuerdo, el síndrome Paco Martínez Soria afecta de manera especial cuando de música negra se trata. Es tal su ausencia de los escenarios catalanes que cualquier cosa que tenga este color ya dilata las pupilas. Si, además, se llama Janelle Monáe, su música despierta interés incluso entre los extranjeros que desconocen a Paco Martínez Soria y viene avalada por los Caprichos del Apolo, algo así como lo más must, se entenderá que la sala se llene, que la satisfacción concluido el concierto bordee lo superlativo y el runrún aprobatorio de la asistencia enmudezca al propio tráfico del Paralelo. Sí, el de Monáe fue un gran concierto, y no solo porque de estos apenas se ven en la ciudad. No solo por la boina.

Esta cantante y compositora norteamericana tiene voz, presencia escénica más allá de su diminuto cuerpo, sentido del espectáculo y sonido: estilo, cauce por donde fluir, amplios márgenes que desbordar. Tradición se le llama también. En su caso bebe del funk, del rock negro -el rock es negro, pero nos hemos llegado a olvidar hasta el extremo que en ocasiones se le tiene que llamar negro explícitamente-, de lo africano, del soul y del pop. Todo ello es servido con un planteamiento de entretenimiento liviano ausente de pretensiones -su único disco parece más ambicioso y quizá por ello resulte más arduo y disperso- y servido como el sushi: en crudo.

Así que fue como despeinarse en un túnel de viento. Una banda de muerte con solo siete músicos que sonaban como Arcade Fire solo sonaría tras haberse pasado la vida en el conservatorio, entretenimientos audiovisuales para dar tono de espectáculo y una potencia rítmica sensacional. Todo en su lugar, eficiencia y alma. Cierto que las baladillas invitaron a la conversación, pero se pudo pasar por alto. Un señor concierto. ¡Si Janelle tuviese más hits ya sería increíble!