Esperanza sonríe camino al hospital
Esperanza Aguirre entra en las asambleas con los dientes apretados y sale sonriendo de los helicópteros caídos. La presidenta de la Comunidad de Madrid es un gran ejemplo de la imagen de fortaleza e impermeabilidad que les gusta dar a los políticos españoles, algo que, según mi amigo Juan Urbano, es otra de las herencias de la Transición, que aún hoy es el espejo en el que todos quieren mirarse y que es una época de nuestra historia que al ser considerada una hazaña convirtió en héroes a todos sus protagonistas. Por eso y tal vez porque en la política, como en tantas otras cosas, nos gusta ser norteamericanos de imitación, a nuestros dirigentes les gusta tanto sacar músculo, parecer acorazados, optimistas e invulnerables, dar la impresión de ser inmunes a las preocupaciones y a los miedos del resto de los seres mortales.
Esta vez la presidenta Aguirre ha estado torera y el que diga lo contrario, miente o se engaña
Sin embargo, la visión de Aguirre, una mujer que siempre parece alegre a la defensiva y simpática de armas tomar, comunicando el otro día, con una voz en la que las palabras temblaban como bolos a punto de caer, que padecía un cáncer y debía pasar por el quirófano con urgencia, tuvo la virtud de humanizarnos a todos y hacernos bajar las banderas: nada tiene importancia al lado de lo único que importa.
A la mañana siguiente, los pasos de Esperanza Aguirre se dirigían a un hospital público mientras sus manos venían de uno privado, los primeros caminando hacia los quirófanos del Clínico y las segundas sosteniendo una bolsa llena de radiografías de la clínica de Nuestra Señora del Rosario, y unas horas más tarde, cuando los doctores que la habían intervenido dijeron que todo había salido bien, Juan Urbano y yo nos alegramos de corazón, lo mismo que habríamos hecho con cualquier otra persona.
La verdad es que Aguirre mantuvo el tipo en su declaración pública y, además, esta vez la entereza de la que siempre alardea es digna de elogio, porque su caso puede servir como ejemplo a otras personas para que se animen a hacerse revisiones periódicas y recuerden que lo que hacen las personas inteligentes es ir al médico cuando aún no les pasa nada. La famosa sentencia que dice que es mejor prevenir que curar, significa que en este deporte no puedes ganar la carrera, pero puedes llevarte la meta un poco más lejos.
Como los españoles, quitando a tres o cuatro, somos una gente magnífica, no habrá casi nadie en todo el país que no le quiera desear a Esperanza Aguirre un restablecimiento rápido y total; y de hecho, Juan Urbano y yo queremos que esté en plena forma dentro de 90 días para presentarse a las elecciones y perderlas, cosa que será difícil, porque más bien parece capaz de ganarlas sin bajarse de la ambulancia.
El caso de Esperanza Aguirre, como los de Jordi Solé Tura o Pasqual Maragall, que en los últimos tiempos han accedido a rodar sendos documentales sobre su lucha contra el alzhéimer, es importante porque combate esa costumbre de esconder las enfermedades que se ha adueñado de nuestra sociedad, en la que todo lo que no brille y ruede hacia el futuro se aparta y se esconde como si fuese algo vergonzoso.
La verdad es que esta vez la presidenta de la Comunidad de Madrid ha estado torera y el que diga lo contrario, una de dos, miente o se engaña. Vivir es ser capaz de "creer que un cielo en un infierno cabe", como dice el famoso poema de Lope de Vega, y eso es justo lo que ha hecho Esperanza, más parecida que nunca a su propio nombre. Tiene valor, esta mujer.
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