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Columna
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Insurrección al caer

Huyendo del ropero y de otros sitios peores en los que está al caer, que caerá, el candidato a medio proclamar Francisco Camps amenaza con acabar su reinado cuatrienal, no se sabe si renovable, como un elefante desbocado en una tienda de porcelana selecta. Manca finezza, que diría un mandatario italiano de los de antes. No pasa semana que en el PP alguno de sus dirigentes, varios o todos los que no hacen guardia frente a los luceros, incurran en alguna temeridad, casi siempre acompañada de excesos que acreditan la profundidad de sus convicciones democráticas. Con solo rascar, el fardacho se manifiesta en toda su enormidad. A sus atributos totalitarios hay que añadir la insaciabilidad del régimen. No basta con desmantelar colegios y hospitales públicos, ignorar a los dependientes, quitar al pobre para que no pierda el rico, y mantener domesticada la parroquia gracias a un entramado propagandístico que haría estremecer a Goebbels. La indigencia cabalga entre una extensa red de vertidos televisivos, a cual peor, donde desaguan tarot, estampas costumbristas, discursos oficiales y estómagos agradecidos en forma de tertulianos de reconocida flatulencia intelectual. Menú del día para una demarcación a medio camino entre Guantánamo y Pyongyang. Tal es el caudal y putrefacción del oleaje, que señores de orden como Artur Mas, o de misa diaria como Duran i Lleida, han puesto el grito en el cielo por una arbitrariedad como el apagón de TV3 en el País Valenciano. No tanto por el delirio que nos impide ver Polònia, sino porque tal vez Camps había encontrado a través de las sanciones a Acció Cultural -entidad subvencionada por la Generalitat de Catalunya- una vía extraordinaria para financiar su tren de vida. Lo que nos faltaba por ver: la caverna, a cargo del oro catalán. Y claro, hasta ahí podíamos llegar. Que una cosa es compartir expectativas de negocios y plusvalías como primos hermanos a propósito de un trazado de ferrocarril, y otra distinta hacer el primo sin más. O sea, sin parentesco.

Lo de Camps no tiene nombre. O sí, porque se asemeja a las intolerancias de algunos países árabes que viven insurrecciones asimismo ensoñadas por Esteban González Pons. No hay peligro de contagio, porque la sociedad valenciana tiene sangre de horchata y aún está lejos de desalojar la corrupción con un par. Ni siquiera los jueces que advierten a Rita Barberá sobre la naturaleza penal de sus bravatas, son capaces de empapelarla. Quién sabe, igual que anteayer unos miles protestaban contra el apagón de TV3, pasado mañana la ciudadanía en masa se planta para reclamar todo o parte de lo esquilmado en servicios públicos, sin olvidar Canal 9. Por cierto, ¿recuerdan esa secuencia de La extraña pareja, cuando Jack Lemmon responde a su interlocutora?: "Escribo noticiarios para la televisión". "Fascinante. ¿Y de dónde saca usted las ideas para los noticiarios?"

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