"Me fui del Ejército de EE UU, no pude representarlo más"
El mismo día que Estados Unidos anunció la invasión de Irak, en 2003, Ann Wright (Oklahoma 1947) escribió una carta a su jefe, un señor llamado Colin Powell que por aquel entonces era secretario de Estado. Dimitía. Adiós a su puesto como embajadora adjunta de Exteriores, a sus 13 años como militar en activo y a los 16 en la reserva, a su rango de coronela y a tres lustros de trabajo diplomático para cuidar las relaciones con países como Sierra Leona, Mongolia, Somalia, Nicaragua o Afganistán.
En la misiva, Wright decía que, "moral y profesionalmente", no podía seguir representando a Estados Unidos por su desacuerdo con sus políticas en Irak, Palestina, Corea del Norte y en cuanto a las libertades civiles de los estadounidenses. "Están creando un mundo más peligroso. No puedo seguir defendiéndolas", escribió Wright. Powell remitió respuesta: "Gracias por sus servicios al Departamento de Estado. Buena suerte en su próxima vida".
La excoronela colgó el uniforme tras la invasión de Irak. Hoy lucha por Gaza
Desde entonces, no más verde oliva ni más viaje oficial. Gritar "¡paren la guerra, paren el asesinato!" a la sucesora de Powell, Condoleezza Rice, durante una sesión del Senado en 2005, y haber navegado en la flotilla humanitaria que en mayo fue asaltada por el Ejército israelí cuando trataba de alcanzar Gaza, terminaron de convertir a Wright en un icono del pacifismo mundial. Ahora, en vez de medallas, colecciona los brazaletes de arresto que le ha colocado la policía cada vez que ha sido detenida en alguna protesta. "Tengo 18 en casa", presume.
Mientras Wright habla de las causas por las que "lucha", parece ser inconsciente de que en el plato le aguardan 350 gramos de lomo alto que piden a gritos ser engullidos. ¿Será que uno se está pasando con tanta cuestión? Pero ella quiere contar. Dice que ha pasado por Roma y Madrid para hablar de la nueva flotilla en la que piensa embarcarse rumbo a Gaza en primavera. Unos 10 barcos -dos saldrán de España- para "socorrer" a una población "que vive en un campo de concentración", opina (www.rumboagaza.org).
Y de Barajas, a Afganistán. A decir a su Gobierno que no apoya lo que hace allí. En el mismo Kabul donde hace nueve años ella misma ayudó a abrir una legación estadounidense.
El filete de Wright apenas se ha reducido un par de trocitos. Habla. Cuenta, con conocimiento de causa, que "las guerras se hacen por dinero y no por seguridad mundial", que sabe que la controlan los servicios secretos americanos e israelíes, que ojalá "desapareciesen las armas del planeta"... Como exdiplomática, Wikileaks le parece un tremendo error del Departamento de Estado; como pacifista, un justo golpe para los países que ocultan sus "actos criminales"; como antigua miembro de la Administración, que una filtración siempre arrastra un interés político escondido. "Así que habrá que andarse con cuidado", advierte.
Opina que la población en Occidente pocas veces se preocupa por el resto del planeta. Por eso piensa que el activismo tiene más trabajo que nunca, y asegura que por muchas veces que la arresten, "jamás" piensa quedarse callada.
La entrevista acabada y más de la mitad del lomo de Wright aún en el plato. Definitivamente, eran demasiadas preguntas. El agravio exige una disculpa: "Qué vergüenza, no ha comido usted con tanta consulta". "En absoluto. Las cosas de las que hablamos son mucho más importantes que mi comida. ¿Qué más quieres saber?".
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