La fatalidad de los brillos
El tango no aburre. Tiene tantos matices que cuando encontramos un grupo de bailarines expertos, capaces de darle todas las intenciones y grados, el resultado de la danza misma respira una equilibrada perfección, un juego palpable con todas sus emociones sensuales y sugerencias. Y eso se da en casi la totalidad de este espectáculo, donde el registro va desde lo acrobático y de salón a lo humorístico y más teatral. No hay en absoluto intenciones innovadoras o experimentales. Se baila sobre seguro. Las coreografías arriesgan con la prudencia del teatro musical y sus estándares.
Daniel Binelli, además de virtuoso del bandoneón, es una institución en sí mismo y su presencia junto a los miembros de su quinteto dan no solo un excelente contrapunto a los tangos bailados, sino que son el factor artístico de mayor altura de la velada. Es uno de estos casos en que se dice "bendita música" y aun contando con ciertos excesos jazzísticos del pianista y de la torpe y deformante amplificación de sonido del violín (la cuerda merece un respeto en cuanto a decibelios), se dejó escuchar con enorme placer. Eso el público supo recompensarlo, tal como se agradece que toda la música fuera instrumental, dejándose a un lado esas farragosas letras de tangos, las que con razón Jorge Luis Borges denostaba tanto.
TANGO METRÓPOLIS
Coreografía: Pilar Álvarez, Claudio Hoffmann y Marijó Álvarez. Música: Quinteto de Daniel Binelli; luces: L. Saccinto y R. Larumbe; vestuario: María Sanz. Teatros del Canal. Hasta el 6 de marzo.
Vestuario de mal gusto
La parte estética de Tango Metrópolis la estropea la vulgaridad lacerante del vestuario, donde se confunde alevosamente el tono sicalíptico inherente a algunos vestidos femeninos tradicionales usados en la iconografía tanguera con el mal gusto más rampante a base de brillos y puntillas. Los hombres han sido ataviados con más prudencia. La escenografía cumple en un discreto blanco y negro fotográfico, de contraste, de la ciudad vieja, al gran mosaico iluminado de neones de Corrientes. Y es que no hay línea argumental, sino estructura de revista, puro entretenimiento comercial.
A tenor de este exitoso estreno surgen varias preguntas, algunas de ellas generadas dentro de la propia profesión teatral; a si en este caso se da una extraña, por no decir desleal, concurrencia con los teatros privados. En la Gran Vía, por ejemplo, habrían colgado el cartel de prórroga. Quizá allí es su lugar natural.
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