Anthony Caro
Durante el curso 1967-1968, cuando Anthony Caro (New Malden, Surrey, 1924) era un afamado profesor de escultura en la prestigiosa St. Martin's School of Art de Londres, algunos de sus alumnos se revelaron contra su magisterio realizando obras que rallaban el despropósito. Así, Gilbert Proesch y George Passmore se subieron sobre una mesa y se mostraron como esculturas vivientes, Richard Long realizó un dibujo recortando con una segadora de jardín una gran equis en el césped, mientras que Hamish Fulton y Barry Flanagan propusieron y realizaron un trabajo para el Advanced Scultpure Course consistente en dar un paseo con sus compañeros, en compacto grupo, moviéndose lo más lentamente posible por Charing Cross Road, tardando veinte minutos en recorrer el largo de una manzana. Al afamado profesor, de solo 43 años, que había cambiado radicalmente los métodos de enseñanza, sus alumnos le acusaban de ser un "clásico". Lo que quedaba confirmado con la importante exposición retrospectiva que ese año de 1967 tuvo Anthony Caro en el Museo Kröller-Müller de Otterlo y, reconfirmado, con la concesión, años después, de la orden de Caballero del Imperio Británico.
Anthony Caro
Galería Álvaro Alcázar
Castelló, 41. Madrid
Hasta el 12 marzo
¿Cómo es posible que el escultor que se había rebelado contra su maestro, Henry Moore, para introducir la escultura abstracta en el Reino Unido y lo había hecho utilizando desechados industriales, fuera tildado de clásico? Creo que la respuesta se puede ver en la actual exposición que se exhibe en Madrid. En ella se muestran ocho obras realizadas con fragmentos de chatarra, maderas desechadas y recortes de alfarería, es decir, con ese tipo de materiales residuales que tanto les gustaba a aquellos vanguardistas que jugaban a epatar a los timoratos. Pero en sus manos esos residuos de chatarra y esos fragmentos de madera inservibles son compuestos y ordenados de tal manera que adquieren una gran consistencia formal y una apariencia elegante, como las joyas que el año anterior presentó en Madrid en Grassy.
El trabajo de los alumnos de Caro ha seguido caminos muy interesantes, desbordando la disciplina escultórica, pero el del maestro ha afianzado, con el tiempo, esa disciplina, consiguiendo recuperar una solidez basada en la mesura de los elementos, en el equilibrio asimétrico de las partes y en la calidad de los acabados, ya que sus obras muestran sin engaño lo que son y de dónde proceden sus materiales, pero estos han sido coloreados y tratados con cera o barniz, ofreciendo unas pátinas delicadas que permiten comprender que el espectador no se encuentra ante una ocurrencia casual, sino frente un producto elaborado, altamente sofisticado, ya que se trata de unas obras que destilan una gran belleza formal. No es que Anthony Caro recurra a la euritmia, la simetría o la armonía del clasicismo, lo suyo se basa en conseguir un equilibrio entre diferentes formas, materiales y texturas que ordena de manera serena. El tamaño mediano de las obras permite abarcarlas con la vista y, al moverse el espectador a su alrededor, recrear las formas de su perímetro, siempre sugestivo.
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