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Columna
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Mourinho y Feijóo

Sin saber muy bien cómo y alguien nos lo avisara con tiempo, de aquella Galicia de "paro y decepción" que tan valientemente denunciara el candidato Feijó09, hemos pasado a esa Galicia sin competencias que capitanea como puede la Democracia Feijoniana. Hace dos años, prometía devolvernos la ilusión tomando las medidas que fueran necesarias para "alcanzar el pleno empleo" porque "paro y Xunta empiezan a estar más unidos que nunca". Aquel todopoderoso bipartito, culpable de cuanta desgracia o mal asolaba el Fogar de Breogán, recibió su merecido en las urnas. Ya desde San Caetano, el presidente anunció la creación de miles de empleos tras la Restauración Popular. A pesar de sus titánicos esfuerzos, esta semana ha debido hincar la rodilla y rendirse a la evidencia. La maldad de Zapatero es invencible y, además, Feijóo no tiene competencias; mucho menos superpoderes. Su Gobierno ha entrado en un bucle de austeridad y melancolía del que sólo sale para decirnos que el infierno son los otros. Las ruedas de prensa de Feijóo empiezan a parecer las de Mourinho. Todo se convierte en un melodrama con idéntico final: la culpa es del Barça, o de Messi. La Democracia Feijoniana se ha mourinhizado. Ambos utilizan argumentarios similares para justificar el juego mediocre y torpón de sus equipos.

Mourinho sufre el 'Villarato' antimadridista; Feijóo padece el 'Zapaterato' antigallego

El primer argumento común a Mourinho y Feijóo consiste en culpar al árbitro. Mourinho sufre el Villarato antimadridista. La Democracia Feijoniana padece el Zapaterato antigallego. Así se arregló la Lei de Caixas, acusando al árbitro de ser proandaluz. O lo del carbón, imputando al colegiado los cargos de proasturiano o procastellanoleonés, alternativamente. Qué decir del gasto farmacéutico, donde el árbitro pita claramente vendido al oro de las farmacéuticas y si tiene que escoger entre el Bisolvón y los gallegos, elige el Bisolvón.

El segundo argumento se esmera en cuestionar la competitividad de los demás cuando enfrentan al innombrable. Los otros equipos no salen a ganar como el mío, alegan ambos. Así se despachan las críticas que puedan venir de los sindicatos, los empresarios, los alcaldes o el surtido variado de mesas, plataformas y abajofirmantes. Sólo sacan el equipo titular frente a Feijóo. A Zapatero le alinean suplentes, o le dejan chutar sin encimarle. Sobre tal evidencia se construye la ofensiva para las municipales. A falta de gestión que llevarse a los mítines, se pide el voto contra el taimado y sus cómplices nacionalistas.

El tercer argumento, un clásico del Mourinhismo rápidamente adoptado por la Democracia Feijoniana, se resume en una idea-fuerza-llanto: A mí me pegan más. A Mourinho solo le falta llevar a sus comparecencias un powerpoint con gráficos comparado las patadas de Cristiano y Messi. La Democracia Feijoniana ya es maestra en el arte de presentar poderosos powerpoints, evidenciando gráficamente como la agresividad extradeportiva contra Galicia, se vuelve permisividad a beneficio de Catalunya, Euskadi o incluso Alemania; en las cajas, el eólico, la dependencia, la financiación, el AVE o el paro juvenil.

El cuarto argumento comenzó manejándose de manera selectiva. Pero ha ido virando a principal, según todos los demás iban fallando. La culpa es del club porque son unos cutres y no fichan un nueve. La culpa es de Zapatero porque es poco patriota y no convoca elecciones. Mourinho busca fijar en la mente del aficionado una idea origen: si él mandase en el club, las victorias lloverían del cielo. La Democracia Feijoniana siembra la idea de que con un gobierno del Partido Popular en Moncloa, diluviarían millones y ministros en Montepío, el Papa se instalaría en el Obradoiro para vivir a tope el Non-stop Xacobeo Party y los Beatles volverían a reunirse para actuar en único concierto desde la Cidade da Cultura. Las notables habilidades comunicativas de ambos y su dominio de la escena aportan el resto a una estrategia que consigue su objetivo. El titular de la noticia nunca es lo mal que ha jugado su equipo. Sin embargo, ambos marean el mismo desafío: la legislatura, como la Liga, se acaban un día y la afición siempre exige lo mismo: títulos.

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