Paisajes de silencio
Mañana baja el telón en el Teatre Lliure la representación de L'arquitecte, una obra de David Greig dirigida por Julio Manrique que utiliza la arquitectura como metáfora del malestar en la sociedad contemporánea. La historia cuenta la vida de Leo Black, un arquitecto bienintencionado que se muestra atónito ante el desajuste entre su proyecto, "su idea", y la realidad de la vida en sus edificios. Aparentemente, "el factor humano", "las circunstancias" alteraron la intención de sus maquetas, de sus proyectos pensados desde un despacho, sellados por premios internacionales de prestigio y diseñados con aires de grandeza y un exceso de confianza en su capacidad transformadora. Crítica indirecta a la arquitectura grandilocuente de los años noventa, esta pieza de teatro pone de relieve la imprevisibilidad del urbanismo, la importancia del contexto social y la autonomía de la obra una vez realizada. L'arquitecte destaca, en definitiva, la imposibilidad de proyectar el espacio público, lo cual supone precisamente su mayor grandeza. Si en los tiempos que corren es reconfortante relativizar el papel de arquitectos endiosados y dotar al diseño de nuestras ciudades de mayor humildad, L'arquitecte tiene, además, la virtud de establecer un estrecho paralelismo entre espacio público y vida privada. La familia de Leo Black sufre los mismos desajustes que su arquitectura. Sin causas aparentes, su matrimonio no funciona y la comunicación con sus hijos es nula. Todos quieren ser libres y acaban huyendo a ninguna parte. A algunos les mueve el deseo de perfección y a otros de pureza, pero a todos les persigue esa especie de obligación contemporánea de ser felices. Todos mueren, evidentemente, en el intento. Nadie es responsable de nada, no hay culpables. Es una historia sobre el fracaso y una crítica demoledora a la voluntad de controlar en exceso nuestras vidas. "Esto no estaba previsto, esto no estaba en el diseño", repiten una y otra vez los actores.
Las obras de teatro 'L'arquitecte' y 'Pedra de Tartera' hablan de la soledad y la incomunicación en nuestras vidas
Resulta interesante la coincidencia en el tiempo de esta función con Pedra de Tartera, que se presenta en el Teatre Nacional de Catalunya bajo la dirección de Marc Rosich. El clásico de Maria Barbal también es una historia de soledad, esta vez enmarcada en la dureza del Pallars de la pre-guerra. Es una obra deliciosamente triste. El rico mundo interior de Conxa, la protagonista, queda atrapado en un entorno previsible, lleno de obediencias familiares, ausencias y llantos contenidos. Ni la riqueza de la lengua catalana de Barbal (¡maravillosos camins!) sirve para dotar de sentido la vida de renuncias de su protagonista. Hasta el estallido de la Guerra Civil, la vida rural de Pedra de Tartera es más lenta y ordenada que la de la urbe inglesa de L'arquitecte, pero en ambas obras el silencio es doloroso y protagonista. La conexión de la ciudad no tiene nada que ver con el aislamiento de los Pirineos y, sin embargo, cuando Conxa afirma que ella aprendió que "primero son las cosas y luego las personas" no está muy lejos de la hija de Leo Black cuando se queja de que "en nuestra familia no preguntamos, no nos contamos cosas, no hace falta".
Obviamente, aunque el lenguaje nos constituye como humanos, no todas las palabras están siempre llenas de sentido. Ramón Andrés, en su libro No sufrir compañía. Escritos místicos sobre el silencio (Acantilado, 2010), defiende que el silencio puede ser una forma de audición y una expresión de desacuerdo con el mundo. Se trata de un silencio inteligente y activo, capaz de navegar en un mar de ruidos estériles. Pero el silencio de estas dos obras de teatro no es escogido: en el caso de Pedra de Tartera, deriva de la imposición de un orden social incuestionable y de la dificultad de expresar sentimientos de tanto contacto con la tierra; en el mundo urbano de L'arquitecte, es el resultado de expectativas vitales frustradas, de la falta de generosidad y la incapacidad para crear marcos comunes de convivencia. Ambos silencios nos hablan de incomunicación y soledad en nuestras vidas.
Judit Carrera es politóloga.
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