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Columna
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La farsa y el sainete

Hace dos años que irrumpió esa indecencia popularmente conocida como Gürtel. El privilegio de vivir instalados en el anticiclón favorece que toda la porquería en suspensión, lejos de escampar, se concentre y permanezca con su gama de grises y fragancias. Es posible, aunque no es seguro, que un día de estos algún juez siente en el banquillo al presidente de la Generalitat, Francisco Camps, imputado, al decir del sumario, por aceptar regalos de una partida de delincuentes, a quienes las Administraciones públicas bajo mandato del PP enriquecieron con una lluvia de millones en contratos, muchos de ellos adjudicados sin mediar concurso. En la calle y disfrutando del botín siguen algunos filibusteros, aun después de que la policía -que no es tonta- haya documentado la naturaleza y cuantía del pillaje. Esta circunstancia tal vez represente un agravio para otros empresarios que profesan la libre competencia, pero este es el día en que sus representantes corporativos y grupos de presión afines siguen sin afear la conducta impropia de quienes deberían dar ejemplo. Ni en este descalabro, ni en el de Terra Mítica, ni en la colección de sobrecostes y favoritismos que jalonan 15 años de absolutismo triunfal. Basuras aparte, Camps y otros cuates del calvario sumarial están implicados en trapisondas de mayor enjundia, como la financiación irregular de campañas electorales. Todo junto, e incluso revuelto, acaso no le impida al caballerete volver a encabezar la candidatura de su cofradía, en la seguridad de que será proclamado con gran estruendo de tracas y cascada de votos por parte de su hinchada. A diferencia de lo que acontece en otras civilizaciones más democráticas y estrictas, las sociedades premodernas y adocenadas están encantadas con que sus dirigentes, además de meter la pata en la gestión del pastoreo, permitan que cierta clase de forajidos también metan mano en la cartera. Y si el público sigue entregado, ¿qué necesidad tiene Rajoy de cambiar al candidato, a riesgo de designar a Durruti por no entender su propia letra? Alimentar el sainete no excluye de ciertos riesgos.

Esta colección de actitudes y algún episodio ejemplar inspiró una exitosa farsa teatral que ahora mismo llena salas en Barcelona y aledaños. Corrüptia, una regió de l'est, es un ácido e hilarante entretenimiento escrito por el periodista de Xàtiva Josep-Lluís Fitó, que ya paga factura por su osadía. Sucede que para ver la función hay que viajar al norte, como las excursiones a Perpinyà durante el tardofranquismo, para ver cómo untaba la mantequilla Marlon Brando en El último tango en París. Al parecer, en el País Valenciano no hay salas teatrales. Bueno, las privadas tienen su programación y las municipales... pues en las que administra el PP, esperen sentados. Y los Ayuntamientos socialistas, acobardados y horteras, prefieren a David Bisbal. Habrá que ir a Túnez.

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