El fantasma de la abstención
Aunque no soy politólogo, creo que a mis 68 años, tras vivir la dictadura franquista, la transición y la democracia, estoy en condiciones de aportar mi grano de arena en un tema que debería preocupar y mucho a la clase política: la abstención en las urnas.
Con vistas a los próximos comicios electorales que se van a celebrar en los próximos meses, no creo que esté de más reflexionar sobre qué consecuencias e influencia tendría en unas elecciones generales que el porcentaje de la abstención superara el 50% de los electores.
No se olvide que tanto la abstención como el voto en blanco son opciones tan válidas como el voto a una candidatura. Es más, se trata, claramente, de una opción de castigo.
¿Qué razón habría para mantener en sus escaños a una serie de señores si más de la mitad del censo no los ha votado y, en consecuencia, representan un mínimo porcentaje en función de los resultados obtenidos por cada partido?
¿No sería más lógico que la abstención estuviera representada en las Cortes con escaños vacíos, como fórmula de castigo a toda la clase política y el resto en proporción a los resultados obtenidos?
Ya sé que esto es una entelequia, pues constitucionalmente el número de diputados en el Congreso de los Diputados está establecido entre 300 y 400, ahora bien, los así elegidos, ¿representarían seriamente al conjunto de la sociedad española? Que lo mediten, ahora que hay tiempo, los líderes de los partidos políticos.
En todo caso, yo sí iré a votar.
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