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Columna
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Liquiden las Diputaciones

Felipe González estuvo hace unos días en la ciudad y tuvo una intervención ante la Asociación Valenciana de Empresarios (AVE) con una importante carga de profundidad. González planteó directamente la supresión de las Diputaciones provinciales. El expresidente del Gobierno defendió "un plan de ahorro relativamente sencillo y no doloroso en términos de empleo: que nos quedemos con la Administración local, la autonómica, la estatal y la de Bruselas, y que suprimamos las intermedias". González propuso que se frene la oferta de empleo público en ese sector para "reabsorber a esa parte del funcionariado en las Administraciones resultantes". A diferencia de lo dicho por Aznar de que el Estado de las autonomías es inviable, calificó el régimen autonómico como "una bendición desde el punto de vista económico y del desarrollo", y consideró que sus riesgos "solo están en confundir descentralizar con centrifugar". Pero también precisó que aunque España no tiene un exceso de empleados públicos ni en número por habitantes ni respecto al PIB, es necesario "racionalizar los comportamientos en un momento en que ya no se puede disparar con pólvora de rey". Gentes de tan distinto pelaje como Eloy Durá, presidente de la Federación Valenciana de la Construcción, o el expresidente extremeño Juan Carlos Rodríguez Ibarra, se han mostrado de acuerdo con esta idea, que esbozó este verano José Blanco.

Sin embargo, apenas 72 horas después de las declaraciones de Felipe González, el presidente Rodríguez Zapatero, aunque reconocía que las Diputaciones "han ido perdiendo papel" en la estructura territorial española, se mostraba contrario a su supresión porque "hay un sentimiento provincial muy extendido". Algo que, si fuera cierto, no tendría por qué tener su reflejo en medio centenar de Diputaciones, cuyos miembros no son elegidos por los ciudadanos, sino indirectamente por los concejales. Máxime cuando la circunscripción electoral tanto para el Congreso, como para el Senado y los Parlamentos autonómicos es precisamente la decimonónica provincia. No, si las Diputaciones se mantienen, no es ni por sentimientos provinciales ni por imperativo constitucional, ni mucho menos, por racionalidad administrativa. No, si se aguantan, es porque son el refugio de la segunda línea del aparato de los partidos que se reparten la cuota parte de diputados y asesores. Y los dirigentes de los partidos temen a la rebelión interna.

Rajoy no ha dicho nada, como siempre, y es obvio que en vísperas electorales no se va a plantear el debate. Pero también lo es que, con la que está cayendo, si se quiere conservar el Estado democrático habrá que hacer recortes y el más evidente es conseguir que las Diputaciones se hagan el haraquiri. Gobernar es elegir. Lo solemnizó Pierre Mendes-Frances, que le cogió la idea a su primo Anatole France: gobernar es crear descontento. Aunque un par de milenios antes, otro andaluz como Felipe, el bueno de Séneca, lo dijo más crudamente: el que teme demasiado los odios ajenos, no es apto para gobernar.

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