Yo misma soy infierno y cielo
Vaig enviar mon ánima vers el llunyà Invisible / les lletres d'altra Vida per tal que em confegís / i, a poc a poc, a mi va retornar passible / dient: "Jo sóc mon propi Infern i Paradís".
Omar Yayyam, Rubaiyat, traducción catalana
de Ramon Vives Pastor
devueltas a la grisura del mundo exterior, evocábamos obsesivamente la gloria extinta de nuestro reino
no nos poníamos de acuerdo en los términos del anuncio que nos condujo a Él, en la presentación de sí mismo que plasmó nuestras ansias y ensueños
varón dominador, forzudo, superdotado, busca esclavos de su sexo prestos a una vida de sumisión sin límites a su autoridad de Amo
no, que no era así, yo lo memoricé de cabo a rabo, escuchadme
La fábrica era una mezcla de cuartel y prisión, el ámbito del rigor y de la obediencia al reglamento
Cómo describir las emociones de aquel espacio único si el sol era glacial, el hielo ardiente?
jinete experto en doma y manejo del látigo, recluta voluntarios deseosos de vivir la experiencia de una sujeción humillante
bueno, como queráis, corrían sin duda versiones varias, lo importante es la chispa que prendió el fuego interior que nos consumía, la promesa de la ascensión a las cimas del tormento y dilatación de nuestros cuerpos y almas
la foto que acompañaba el anuncio era asimismo materia de discusión cotidiana
muchas no la recordaban, pero yo sí
había una pequeña en blanco y negro, como las que se publicaban en la revista a la que nos suscribíamos las Doloridas, entonces no había internet ni chateo, hija, las cosas no eran tan sencillas, las leyes nos perseguían aún y debíamos extremar las cautelas ante las redadas y los chivatazos de las resentidas
que cómo posaba?
no hagáis caso de lo que dicen la Culantra y otras del gremio, Él no era un actor de cine porno como esos negrazos que exhiben el tamaño y volumen del arma ante las cámaras, lo suyo era distinto, sujetaba las almas antes de avasallar los cuerpos, era un conocedor experto en lo más recóndito de nuestras tribulaciones y ansias
vestía como un jinete de rodeo, con pantalón de montar y botas de caña alta, pecho al aire cubierto de vello negro, cráneo robusto totalmente afeitado, rostro duro y bigote enhiesto, el látigo de la doma como promesa de dulce castigo que nos reservaba
una de nosotras lo había visto en las páginas de una publicación hermana y corrió con la noticia a las demás
que cuántas éramos?
mira, hija, no puedo decirlo con exactitud, la cifra cambiaba, había altos y bajos, novicias y cursadas, el Amo podía imponer la pena máxima y expulsar a alguna desdichada, pero llovían las solicitudes de ingreso en nuestro reino, la planta de la maquiladora podía acoger a una treintena, eso dependía de Su voluntad y de las circunstancias
con las señas postales impresas en el anuncio, acudíamos presurosas al centro de inscripción de las reclutas, la pequeña oficina con techo y paredes de madera adjunta a la fábrica que regentaba
os recibía Él en persona?
espera; mi amor, no seas impaciente, déjame evocar el lugar, el cuarto con el sillón y la mesilla en donde se apilaban los expedientes, el contrato de sumisión que rellenábamos con nombre y señas y en el que estampábamos la firma como en el ejército, la fábrica era una mezcla de cuartel y prisión, el ámbito del rigor y de la obediencia al reglamento
una docena de cláusulas fijaban el carácter voluntario de nuestro trabajo, la entrega libre al régimen penitenciario que allí imperaba, Él no quería líos con la justicia, el abandono absoluto a Su mando excluía cualquier reclamación por abuso o maltrato, todo debía quedar bien claro y una infracción grave a lo establecido acarreaba el peor de los castigos, la expulsión inapelable del recinto de nuestra bonanza
algunas le llamaban el Gran Turco, por la trabazón muscular y la espesura del mostacho, pero no procedía de allí lejos sino del otro lado de la verja
nadie sabía en su tierra el origen de su fortuna, era su secreto y el nuestro, el pacto de silencio que habíamos rubricado, la servidumbre perpetua asumida con alegría, el goce de ser objetos humildes en manos del Amo
tenía casa y familia al otro lado, era esposo y padre ejemplar, consagraba íntegramente los beneficios de la maquiladora a su espaciosa villa y al rancho con caballerizas en donde había ejercitado las artes de jinete y amansador que aplicaba a nuestra doma de esclavas, investido de aquel poder inflexible que nos galvanizaba
todo lo cumplía en silencio, con ademanes y gestos de cancerbero, sin concedernos unas palabras de aprobación cuando nos afanábamos como abejitas en el taller o le besábamos con unción las suelas de Su calzado
paseaba por la fábrica con el llavero al cinto, abría y cerraba las ergástulas conforme al horario de la jornada, no había domingos ni días festivos, sólo las comidas y cenas en el refectorio y el toque de retreta que marcaba el descanso
sí, hija, apagaba todas las luces y la centinela de turno rondaba sus dominios con un candil exhausto
muchas permanecíamos insomnes al acecho de Su visita nocturna, salía de sus aposentos para mear provisto de una lamparilla y apuntaba con su haz a nuestras celdas, solía elegir a la más productiva de sus siervas, colmaba generosamente sus afanes y acogía impasible los suspiros de dicha de la rociada
las perreras?
así llamábamos a las jaulas en las que de noche permanecíamos encerradas, todo ello figuraba en el pacto de sumisión que habíamos sellado, unas celdillas con colchón y una jarra para apagar la sed, si teníamos necesidad de hacer aguas tocábamos la campanilla y la vigilanta a quien el Amo incluía en el círculo superior de las Penetradas por Su Gracia acudía a abrir la puerta y nos escoltaba al común, condescendiente y altiva, en razón de su jerarquía, con nuestros apuros y flautas
meteorismo, decía con su acento fingido de señorita, las que cagáis a culo suelto lo hacéis por malicia y, si se lo cuento al Amo, os enviará a la enfermería y seréis castigadas
enfermería?
sí, hija, allí desmedraban días y días las privadas de la visión contemplativa, Él era muy estricto en eso, las colíticas eran apartadas temporalmente de Su reino, como infelices almas perdidas en un espacio ajeno, en el páramo de una desnudez desolada
nuestra suerte dependía del ritmo de producción de la fábrica, Él mismo escogía la dieta y controlaba el quehacer de la cocinera, una escudilla con la comida picante y rica en calorías de su tierra, quería mantenernos en buena forma física para que cumpliéramos las metas, todo lo tenía bien hilvanado para explotarnos al máximo y acrecentar Su poder y riqueza
lo adorábamos y anhelábamos Su presencia como almas sedientas, la aparición en el taller con las botas y el látigo, forzudo, bigotón, el postigo del pantalón abierto por el empuje de su as de bastos, a veces nos concedía la gloria de esta visión si nuestra labor le satisfacía e ingresaba una buena suma en el banco
entonces nos quitaba el antifaz y permitía que nos arrodilláramos a sus pies, regaba con Su manguera a la más devota sin autorizar no obstante, salvo en casos excepcionales, la absorción del precioso líquido conforme a las reglas de un riguroso adiestramiento en los altos y bajos de una servidumbre voluntariamente aceptada
éramos todas urófogas, se dice así?
su vertido arrogante nos excitaba, lo sentíamos escurrir por el cuerpo como un don supremo, privadas como estábamos de su contemplación por el reglamentario antifaz negro, tendidas en el suelo sin vernos unas a otras esperábamos el turno del Santo Sacramento, sentíamos que se aproximaba por los gemidos de las vecinas, aquella era nuestra eucaristía, la recompensa de horas y horas de mazmorra y trabajo
no, hija, no nos masturbábamos, las pulseras de acero sujetas en la espalda lo impedían, sólo la calidez del óleo que nos ungía colmaba nuestras ansias, el roce de sus botas de caña alta anunciaba Su inmediatez, la estampa divina del Amo con los brazos en jarras y el mazo de cuya vista nos privaba se imprimía no obstante en nuestros ojos como quien los cierra ante una luz demasiado intensa y permanecía grabado en la retina a lo largo de la jornada de trabajo asignado en la maquiladora, nuestra labor de abejas felices y disciplinadas
comulgantes, así nos llamaba, lamíamos con esmero sus botas de caña alta, pero no nos autorizaba a tocarle el cetro abultado y tieso y abofeteaba con rudeza a quien lo acariciara
recuerdas cómo castigó a la Petona?
había arrimado audazmente la boca al símbolo de mando y la emprendió a trallazos con ella, el rigor de la escena nos exaltaba, todas deseábamos que se prolongara hasta la plenitud del derrame, nos identificábamos a la vez con el brazo feroz y el cuerpo mortificado del que brotaba la sangre, ella, la Petona, también gemía, no sé si de dolor o de delicia, las marcas visibles de su espalda eran la prueba de su asunción del orden imperante y de su meritoria jerarquía y el Amo la recompensó luego con el ingreso en el Círculo de las Penetradas, la esfera más alta de la beatitud en el reino de la bienaventuranza
no, tienes razón, hija, no sé si hubo sangre o la imagino, Él cuidaba de no dejar huellas de su violencia, era calculador y frío, se imponía a nosotras en silencio, con la dureza extrema de su cuerpo, su dominio era más mental que físico
lo del azote ocurrió sólo una vez, aunque algunas inventen ahora escenas salvajes y se atribuyan con descaro el protagonismo del lance
lo que llamábamos Ordenes Mayores se celebraban una vez por semana, se nos permitía entonces salir de las celdas y asistir a la ceremonia en la que la elegida por Él se ponía desnuda de cuatro patas y ofrecía sus ancas a la embestida de la garrocha, el Amo se la empotraba con los brazos siempre en jarras para subrayar su condición de dueño, sin condescender a ninguna muestra de goce ni afecto, únicamente brutalidad y desprecio por nuestra mísera situación de esclavas
era el cielo?, era el infierno?, las dos cosas a un tiempo?, los extremos se tocan, hija, nos tocaban
no habíamos leído a Dante, aunque la Filóloga pretendía haber hojeado las láminas de una edición ilustrada de la Commedia, los círculos concéntricos que convergían en los abismos de la gracia y tormento
allí no había calderas hirvientes ni fuego eterno, el Amo encarnaba en Su persona el poder de la recompensa y castigo, sufríamos y gozábamos sin esclarecer el misterio
en el silencio y lobreguez de las celdas Su imagen nos enardecía y reconfortaba, besábamos en sueños, durante el duermevela, las botas de caña alta, recibíamos la dádiva de su rociada, cerveza reciclada la llamaba, una marca embotellada de su país, se fortalecía y nos regalaba con ella, la bebía a caño en su ronda diaria de carcelero con sus prendas de capataz, látigo al cinto, bigote espeso, botas de cuero abrillantadas con mimo por la saliva de sus esclavas
la cerveza era el don que nos arrebataba, la reservaba exclusivamente para la Sagrada Comunión, ni una gota se perdía en la sentina en donde hacíamos aguas, Él, el Amo, la vertía a lo largo de la jornada para estimular el rendimiento en el circuito productivo de la fábrica, superábamos las metas fijadas inflamadas por el deseo, nos tocaría la ventura de su azarosa elección?, ante quién se plantaría con el postigo abierto y su manantial sacro?, la zozobra nos agobiaba, no concebíamos otro universo que aquél para el que habíamos sido creadas, Él, siempre con mayúscula como Dios, distribuía la ofrenda en generoso chorro o goteo lento, conforme a una justicia cuyas reglas nos confundían y enajenaban
sí, hija, contrariamente a lo que inventan las antiguas, cuando yo vine a Su mundo las cosas no eran ya como nos las pintaban
cambiaba las leyes de modo aleatorio, desataba a veces su furia con las que cumplían las metas y eximía del castigo a las vagas, el desamparo de Sus criaturas era absoluto y el misterio que envolvía sus designios nos anonadaba
Dios Todopoderoso, encerraba en las jaulas a las ánimas buenas y obsequiaba con su don a las que racaneaban, aquello nos sumía en la perplejidad, cómo no tenían en cuenta nuestra entrega en cuerpo y alma a Su Universo Mundo?, no era acaso Él, el Amo, que nos habían creado del barro con sus propias manos?
vivíamos en la fábrica de la aniquilación, en la antesala vacía de la nada
cómo describir las emociones de aquel espacio único si el sol era glacial, el hielo ardiente?, el oxímoron nos atenazaba, la vida allá respondía a nuestro más recóndito anhelo, la maquiladora era nuestra querencia y la privación del Amo el castigo más recio
a veces desaparecía unos días y las Penetradas por Su Gracia asumían las tareas de vigilancia henchidas de vanagloria, revestidas con grotescas casullas y capas, cruzaba la frontera entre los dos mundos para ver a la Trinidad o Triángulo de la Familia, pero volvía luego a hacerse cargo de la fábrica, eso era ya una rutina y, tras la frustración de su ausencia, la visión exaltadora del poderoso cráneo afeitado al raso, las botas de montar destinadas a humillarnos, la esplendidez de lo oculto por la tela del pantalón, suavizaban las heridas con la dulzura de un bálsamo
implorábamos de rodillas que siguiera allí, que nunca jamás nos abandonara
no, miento, cuanto he contado es falso
en realidad no lo vimos jamás, el negro antifaz de nuestra humilde condición de siervas lo impedía, Su ubicuidad nos bastaba, comulgábamos y rezábamos por Él, leía lo más recóndito de nuestros pensamientos y premiaba por ello a quienes se entregaban ciegamente y con santa alegría a Su voluntad soberana
suspirábamos para que exigiera de nosotras un sacrificio como el de Abraham en prenda de nuestra entrega absoluta a Su persona
por eso, el día aciago en que se desvaneció no dimos al hecho demasiada importancia, nos dijimos que había cruzado la verja para estar con los Suyos, alguna pretendía haber visto una estampa en colores con la Madre y Su Hijo, la vida allá y acá eran muy distintas aunque se unían como vasos comunicantes, la del cielo y la de la fábrica, la del Padre ejemplar y la del Amo que disponía a su antojo de nuestros cuerpos y almas
pero la ausencia se prolongaba
empezaron a correr rumores de que Su Ocultación era definitiva, de que no reaparecería, como el Mesías, sino al fin de los tiempos
la persistencia del vacío y las hablillas nos sumieron en una aflicción indecible, no podíamos concebir una existencia privada de la Suya, no nos resignábamos a aceptar tal sequedad y desarrimo, implorábamos día y noche Su vuelta al mundo, la beatitud suprema cifrada en la fusta y las botas de cuero de caña alta
la disciplina del reglamento comenzó a agrietarse
el Amo de llaves no guardaba Su reino y la culpa era sin duda nuestra, la Culantra quería recurrir a un médium con fama de milagrero para entrar en contacto con Él
no podía dejarnos así como así!, como un sucio papel arrugado!, nuestra dicha y salvación iban en ello, cómo sobrevivir sin el sacramento de la Comunión, perdidas y desamparadas?
la histeria supersticiosa se desató
una aseguraba haberle visto con aire colérico y vengativo en la cima de un rascacielos de Los Ángeles
otra atesoraba una gota de Su esperma milagrosamente licuada en un estuche de terciopelo
una tercera y una cuarta se postraban de hinojos ante una trencilla de Su látigo y un pelo negro de Su mostacho
los prodigios se multiplicaron
apareció Su rostro impreso en un lienzo sagrado
una colítica desahuciada sanó al invocar Su nombre
la proliferación de reliquias y portentos precisaba la erección de un templo consagrado a Su Santo Poder
si el Yehová bíblico tenía los suyos, pese a la dureza con que trató y trata a sus criaturas, por qué no Él?
necesitábamos la existencia de un Dios impenetrable y tiránico para creer en su ocultación y asumir con fervor las pruebas y sufrimientos de una existencia absurda y mal planeada
Él fue tangible
no lo vimos acaso con el ojo de la imaginación y comulgamos enardecidas el ardiente don de Su Gracia?
cuando las puertas de la maquiladora se abrieron sin remedio y los grilletes y pulseras de hierro se amontonaron en el cuarto trastero, el fin de Su Reino nos descorazonó
las cuitadas salieron una a una con gemidos y lágrimas, aferradas no obstante a la esperanza de su reaparición milenaria
sólo yo quedé allí para redactar esta crónica en ofrenda votiva al Amo y a Su promesa redentora mientras Su culto se extendía en el mundo y Su Imagen divina se desdibujaba.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.