El trauma insuperable
Desde el 5-0 en Barcelona, el Madrid ha empeorado en todas las facetas
Diego Maradona se sentó junto a José Mourinho en la caseta de Valdebebas, estiró las piernas, guardó las manos en los bolsillos de su chaqueta de cuero negro y, mirándole regocijado, se dispuso al placer del intercambio filosófico.
-Si yo marco, gano, le dijo Mourinho, sonriendo.
-¡Claro!, asintió Maradona, lisonjero.
-Y otra cosa... ¡Tú marcas y no sabes si me ganas!
Maradona no quiso ser menos, ante una bravata tan maradoniana, y le dio coba con acento portugués:
-¡Y seguro que no te empatan!
Mourinho y Maradona se hicieron amigos hace años. El 19 de noviembre, durante un entrenamiento del Madrid, el ex futbolista argentino acudió a visitar al técnico a su lugar de trabajo. De paso, Mourinho le manifestó su convicción total en el ingenio táctico que le proporcionó dos Champions. No se trataba tanto de un estilo de juego como de un don para la gestión que se traduce en el control del partido.
Tras el varapalo, Mourinho confesó que debía defender con más especialistas
La reunión de Mourinho y su famoso amigo tuvo lugar 10 días antes de la visita del Madrid al Camp Nou. El viaje pondría a prueba la seguridad de Mourinho y acabaría sometiendo a su equipo a una crisis. De regreso, con el martilleo del 5-0 del Barça en su cabeza, el técnico se confesó. "No funcionó", les dijo a sus colaboradores; "me equivoqué".
Hay experiencias traumáticas que empujan a quien las sufre a buscar refugio en lugares conocidos. El 5-0 empujó a Mourinho al convencimiento de que debía meter más músculo en el centro del campo. Que alinear a Alonso, Khedira y Özil, sin la ayuda de Lass, era una medida de alto riesgo que no podría permitirse si lo que quería era asegurar los resultados. Sintió que en Barcelona había traicionado su instinto. Esas certezas que le llevaron a jactarse con Maradona de la eficacia ante el gol y de la seguridad defensiva de su sistema.
En el siguiente partido de Liga, contra el Valencia en el Bernabéu, Mourinho dejó en el banquillo a Benzema para montar una línea medular con tres mediocentros defensivos: Alonso, Khedira y Lass. La medida representó un drástico cambio de planes. Y el Madrid empezó a sufrir.
En los ocho partidos que siguieron al del Camp Nou, el técnico portugués resolvió ser fiel a sí mismo, a su trayectoria, y dejarse de experimentos para adaptarse a los gustos locales. La paradoja es que, mientras Mourinho buscó el amparo de sus ideas más probadas, el Madrid no solo no volvió a jugar bien, sino que perdió cinco puntos que le dejan virtualmente fuera del título.
Antes de jugar en Barcelona, el Madrid marcó un promedio de 2,7 goles por partido. Desde entonces hizo 1,7. Antes de esa cita, Cristiano Ronaldo y sus compañeros hacían una media de 15 tiros por partido. Después, no pasaron de 12. Antes, el Madrid tenía la pelota el 60% del tiempo de juego. Después, el 55%. Recibía 0,5 goles por partido y ha encajado 1,3. Hasta los árbitros tuvieron más trabajo con el Madrid. Habían mostrado dos tarjetas amarillas de media y ahora exhiben cuatro por partido.
El viaje a Barcelona convirtió a Mourinho en un entrenador que, a fuerza de perseguir la estabilidad, se volvió inestable. Aunque él asegura que nunca ha rectificado y que todos sus cambios tácticos han obedecido a méritos del adversario, sus variaciones en las segundas partes -o en el descanso- parecen delatar errores de juicio antes de los partidos.
Contra el Valencia, el Madrid no reaccionó hasta que el técnico metió a Benzema. Contra el Getafe sustituyó a Lass en el descanso para poner a Khedira. Hizo lo mismo frente al Villarreal y solo las acciones individuales de Cristiano aseguraron la victoria. Pero Cristiano no fue suficiente en Almería, donde Mourinho marginó a Benzema y volvió a cambiar de planes para remontar. Tampoco pudo hacer nada Cristiano contra el Mallorca, que casi se lleva un punto del Bernabéu después de que Mourinho despojara a su medio campo de Özil y Alonso, sus jugadores más creativos, a los que decidió dar entrada en el minuto 46. La tormenta de cambios alcanzó su punto álgido en Pamplona, el domingo, pues hizo tres sustituciones a falta de media hora para el final.
En seis de los últimos siete partidos de Liga, el técnico introdujo cambios apresurados.
Mourinho ya no tiene la fe que tenía el día que habló con Maradona. No sabe si marcará primero. Y no sabe si, en caso de recibir un gol, será capaz de lograr un empate. Él sentenció: "Yo soy el equipo". Y sus jugadores le siguen como si fuesen él. Esperando una orden. Dubitativos y resignados.
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