La eclosión del ladrillo
El vocablo se utiliza si hablamos del capullo de una flor o el brote de una planta cuando se abren; también se aplica al huevo del que sale una larva: eclosión. En sentido figurado, explicaba doña María Moliner, se aplica, además de a realidades relacionadas con los capullos, los brotes y los huevos, a algunos fenómenos sociales. En las comarcas valencianas eclosiona la primavera si ocasionalmente nos bendice la lluvia en enero o febrero. En los países norteafricanos, el malestar ciudadano eclosiona estos días en forma de manifestaciones públicas contra sátrapas que se apalancan en un poder más que corrupto. Vale. Pero es imposible encontrar, en los manuales que se ocupan de las palabras, un indicio que nos permita relacionar la eclosión con el ladrillo y, mucho menos, con el ladrillo inmobiliario. Pero siempre hay un reducto del disparate, como la Diputación de Castellón, donde el ladrillo eclosiona.
El otro día, el presidente de la provincianísima institución castellonense -mostrando el grado de armonía, entendimiento y colaboración existente entre los miembros de su partido en la Diputación y los miembros de su mismo partido en el gobierno autónomo valenciano- arremetía contra la Consejería de Medio Ambiente, la de Juan Cotino, y la señalaba como responsable de que en Castellón no hubiese habido una "eclosión inmobiliaria". Es decir, que el gobierno autónomo es culpable de que en estas comarcas norteñas no haya habido más burbuja inmobiliaria de la que hubo y hay, ni más desarrollismo del que hubo y hay. Las decenas de miles de viviendas por vender, las construcciones paralizadas y las grúas durmiendo el sueño de los justos no son una realidad porque todos estamos ciegos, y a la espera del desarrollismo urbanístico ligado a los campos de golf: ese es el raquítico futuro de progreso para aquellos de nuestros nietos y bisnietos que se decidan por permanecer en su tierra y no apretar tornillos mediante un ordenador en Alemania. Que el Dios del Sinaí nos pille confesados y con indulgencia plenaria para sufrir con paciencia los desatinos del desarrollismo con base casi única en el ladrillo, la destrucción o alteración del paisaje y la fealdad. La constatación está a la vuelta de la esquina: basta y sobra un corto paseo por ese trozo de costa, otrora sin par, entre Torreblanca y Oropesa.
Una Oropesa, por cierto, donde ya no se necesita el agua para todos de Fabra con tanta urgencia como daban a entender durante los perversos años de la burbuja, madre de todas las crisis. A punto de entrar en funcionamiento la desaladora de Cabanes -que ha de abastecer a Oropesa, La Ribera y Benicàssim- y que ha supuesto un gasto público de 55 millones de euros, el concejal de Urbanismo de Oropesa, Tomás Fabregat, miembro del partido de Fabra y de Cotino, viene a indicar que el municipio no tiene ahora ninguna necesidad especial de recursos hídricos. Y es que la vergüenza torera, a pesar de la crisis, todavía no ha eclosionado.
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