_
_
_
_
LA COLUMNA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Tanta euforia

Hay algo genuino, como salido de las entrañas, en esa euforia que se ha despertado en el Partido Popular y que ha estallado en su Convención Nacional -en realidad, un acto de propaganda electoral- celebrada hace unos días en Sevilla. Es como si no se llegaran a creer que después de toda la corrupción de los últimos años, sus expectativas electorales no solo no se han resentido, sino que se acrecientan y fortalecen a ojos vistas. Nada, ni que truene Aznar, ni que salude Camps, ni que se muestre en público el de Castellón, afecta en absoluto a la intención de voto de sus electores. Ya veis, vienen a decir: aquí estamos todos, sin movernos de nuestro sitio. ¡Y avanzamos!

El presidente del Partido, Mariano Rajoy, no sale de su asombro. Y con razón: esas mismas encuestas repiten una y otra vez que la mayoría de los que piensan votar al PP confían tanto en su líder como en el del PSOE, o sea, nada. En realidad, la ventaja en las encuestas no es resultado de una avalancha de nuevos votantes, sino del desistimiento de un considerable sector de la izquierda que no se imagina regalando otra vez su papeleta a Zapatero. La derecha, si todo transcurre como hasta ahora, retornará al poder más por ausencia o dejación de la izquierda que por sus propios méritos. Si no lo echan a perder, invitando a Aznar más de la cuenta, o sacando a pasear en exceso al señor de los trajes y al señor de los cohechos, al final resultará que la política de no decir nada, de no hacer nada, sino estar a verlas venir habrá sido la mejor ocurrencia que haya tenido nunca el líder del Partido Popular.

Es claro que si estas expectativas de triunfo se consolidan es porque los socialistas no están en condiciones de ofrecer un liderazgo económico y político que transmita confianza en su capacidad para encontrar el camino de salida de esta crisis de nunca acabar. La imaginativa solución puesta en práctica para taponar el derrumbe del presidente y de sus políticas -colocar a su lado a un primer ministro- puede haber dado aire a un moribundo, pero a costa de extender dudas y chismorreos sobre el secreto del futuro del mismo presidente y de su primer ministro, diversión ideal para tiempos de bonanza pero entretenimiento suicida para tiempos borrascosos. Dicen que el presidente es maestro en el arte de administrar los tiempos, los de bonanza y los de borrasca; él sabrá. Pero lo que está claro es que mientras deshoja la margarita, el Partido Popular, sin moverse de su sitio, no hace más que avanzar posiciones.

Por eso, la excitación del PP; y por eso también la pompa de jabón sobre la que cabalga. Como muestran los discursos pronunciados en Sevilla -sobre todo si se tiene la tonta ocurrencia de leerlos- el estado de euforia que viven los "populares" no obedece a que hayan dado con la fórmula para resolver la crisis; lo que celebran es más bien el triunfo de la pereza mental, del vacío de ideas, de la nada hecha discurso. Y esto, más que la vuelta de la derecha al poder, es lo preocupante. Porque lo que se cierne en el horizonte se parece mucho a una de aquellas situaciones que cuando éramos pequeños definíamos como una crisis económica que desemboca en una crisis política. No es solo que hayamos quedado exhaustos por el esfuerzo titánico de construir millones de viviendas que ahora no tenemos fuerzas ni recursos para ocupar. Es además una crisis política en sentido estricto: una pérdida de confianza en el sistema de partidos y en la clase política, pero también en los fundamentos de nuestra democracia y en las instituciones del Estado que hemos construido desde los lejanos tiempos de la transición.

Síntoma, y algo más, de esta rampante crisis política es que dos ex presidentes de gobierno, uno del Estado y otro de la Generalitat hayan coincidido en su denuncia del Estado que ellos mismos han gobernado durante años. Aznar, que ya había levantado la bandera de una segunda transición, proclama el fin del Estado de las autonomías, mientras Pujol plantea el futuro de Cataluña en términos de independencia o rendición. ¿Impaciencias de veteranos que no aceptan su jubilación y se revuelven contra el sistema que contribuyeron a crear? En todo caso, expresión desafortunada e irresponsable del deterioro de nuestras instituciones y de las corrientes de fondo que azuzadas por demagogos salen a la superficie aprovechando la ventana de oportunidad abierta por la crisis económica y contra las que nada valdrán palabras hueras y euforias de verbena.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_