Un libro reúne 144 cartas del novelista Reinaldo Arenas
Las cartas del novelista Reinaldo Arenas (1943-1990) al pintor cubano Jorge Camacho y su esposa, Margarita Camacho, publicadas por primera vez en España por la editorial sevillana Point de Lunettes, revelan la crueldad con la que lo persiguió el régimen castrista. Cartas a Margarita y Jorge Camacho (1967-1990) es el título con el que se ha publicado esta colección de 144 misivas, la más completa que se conserva del autor cubano y que abarca 23 años de amistad con los Camacho. El matrimonio posee una casa en Sevilla y otra en el entorno de Doñana, donde Arenas confiesa en estas cartas que fue feliz.
En la "carta de despedida" que envió a la prensa desde Nueva York, escrita en diciembre de 1990, cinco días antes de que, ya muy enfermo de sida, decidiera poner fin a su vida dice: "Pongo fin a mi vida voluntariamente porque no puedo seguir trabajando. Ninguna de las personas que me rodean están comprometidas en esta decisión. Sólo hay un responsable: Fidel Castro".
"Los sufrimientos del exilio, las penas del destierro, la soledad y las enfermedades que haya podido contraer en el destierro seguramente no las hubiera sufrido de haber vivido libre en mi país", añade esa carta, que también dice: "Les dejo pues como legado todos mis terrores, pero también las esperanzas de que pronto Cuba será libre. Me siento satisfecho de haber podido contribuir aunque modestamente al triunfo de esa libertad".
Privaciones y hambre
A su amante Aurelio Cortés le escribe en febrero de 1973: "Vengo a recordarte en qué condiciones he ido trabajando, entre jornadas agrícolas, calores, privaciones, hambre; tú sabes bien la tarea sencillamente sobrehumana que implica hacer un libro aquí".
El libro también incluye un texto de Joris Lagarde contando las vicisitudes que en febrero de 1972 tuvo que pasar para entrevistarse clandestinamente con Arenas en Cuba y cómo tuvo que emprender "una loca carrera a través de La Habana, atravesando bares, subiendo y bajando de autobuses en marcha sin haber mediado palabra alguna, para terminar cuatro horas después en una zona oscura de matorrales, pomposamente llamada Parque Lenin". En ese parque, agachado en medio de un matorral, le esperaba Arenas.
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