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Columna
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Indignados

Carlos Boyero

Una de las imágenes más atroces y perdurables que ha ofrecido un documental es la del cámara que filma su propia muerte en La batalla de Chile. Está enfocando a un soldado, este apunta con su fusil a ese ojo indiscreto y desarmado, dispara, creo recordar que la cámara se tambalea, el que la maneja ha muerto por algo tan peligroso como hacer su trabajo filmando lo que está ocurriendo en la calle.

Recuerdo ese intolerable momento mientras veo en televisión la reconstrucción del asesinato de José Couso en Irak. Un juez se persona en la habitación de hotel desde la que el cámara de Telecinco enfocaba a un tanque norteamericano, en la lamentable seguridad de que el monstruo no iba a vomitar fuego, ya que todos sabían que ese hotel estaba exclusivamente habitado por periodistas, por gente que se limita a informar al mundo de lo que está ocurriendo, con presunto salvoconducto para ejercer su profesionalidad sin que ninguno de los contendientes les identifique con el enemigo. Es mentira. El casi siempre impune asesinato de periodistas en zona de guerra (como la siempre masacrada población civil) forma parte de los cínicos daños colaterales. Ningún tribunal formado por los ganadores va a condenar a los responsables de esos crímenes a sangre fría, sin motivo ni razón.

Consecuentemente, la señora que ha enviado televisión española a cubrir el bendito incendio popular que se ha propagado en Egipto, en nombre de la democracia y del hartazgo ante la corrupción, contra esa marioneta que tan modélicamente servía a los sagrados intereses de Sion y de Estados Unidos, se retira a tiempo de las manifestaciones callejeras cuando ve cómo estallan a su lado los botes de humo y las balas de goma que lanzan los uniformados perros de Mubarak. Lo más que probable es que a continuación aparezcan las balas de verdad, los tanques, el horror sin maquillaje. Y que apunten a los que hacen imparcial notaría de la bestialidad del orden.

Cuentan que en Marruecos el sátrapa ha frenado la subida de los productos básicos para que la plebe no se contagie del virus que aqueja a tanto árabe protestón. Lo de indignarse va en serio. Excepto en España. Aquí no abre la boca ni dios, incluidos los que les han robado el presente y el futuro.

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