Un sueño muerto en un punto
Ferrer se despide de la final tras ver cómo Murray salva una bola de set creyendo que se trataba solo de un juego más
Andy Murray se da puñetazos en la cabeza. "¡Maldita sea, piensa!", dicen esos gestos, que fotografían la desesperación del británico, mudo y sin respuesta para el discurso de David Ferrer, el tenista de hierro. El escenario es apocalíptico para los intereses del número cinco mundial: en las semifinales del Abierto de Australia, con el serbio Novak Djokovic esperando en el partido decisivo, mañana (9.30, Canal +), el español le domina con un tenis intransigente, físico en la propuesta, castigador en las maneras, que le lleva a ganar la primera manga y procurarse una pelota de set en la segunda (6-4, 5-4 y punto de break).
Es entonces cuando paran las raquetas y empiezan a jugar los cerebros. Uno, el de Ferrer, comienza a pensar demasiado. Otro, el de Murray, sufre un anestésico y liberador apagón que decanta en su favor (4-6, 7-6, 6-1 y 7-6) el partido: ni se había enterado de lo que estaba pasando. "Para efectuar ese buen saque en el punto de set me ayudó creer que íbamos 3-4, no 4-5", reconoció después; "no me di cuenta del marcador hasta que el juez de silla dijo 5-5. Entonces, me sorprendí. A veces, jugamos en una burbuja...".
"A veces, jugamos en una burbuja. Creí que íbamos 3-4, no 4-5", dice el británico
"¡No me digas!", se dolió Ferrer cuando se enteró del asunto. Fue un punto decisivo: cambió un partido que se discutía según su ley (trabajadísimos todos los intercambios de golpes, clara su apuesta de agotar a su rival hasta el desfallecimiento) para transformarlo en uno que seguía el dictado de Murray, de sus cambios de ritmo y sus saques, argumentos inapelables con los que dominar dos desempates. "¡Qué cabrón!", se sonrió el alicantino. Palabras llenas de sorpresa y desprovistas de insulto: "Solo puedo decir que yo, faltaría más, estoy más que atento al marcador en las semifinales de un torneo del Grand Slam. Que, si crees que no es un punto de set, juegas con más margen, con menos presión. Y que me he visto muy bien mentalmente, que me he sabido reponer tras perder esa manga y la siguiente. He encarado muy bien el partido, con ambición y ganas".
Así pasa todo. Ferrer se presenta dispuesto al abordaje. A cada rotura de juego de Murray responde con otra inmediata, incluidas las que impiden a su adversario cerrar la segunda manga y vivir cómodamente en la cuarta. A cada derecha del escocés, con un latigazo ambicioso. A cada intercambio de más de 30 golpes, con las velas de sus pulmones y las ruedas de sus piernas. Es Atila sobre la pista: horada el cemento, nada vuelve a crecer tras su pisada. Murray, ahí llegan los puñetazos, boquea. Le grita a su banquillo: "¡No puedo!". Rema hasta cazar pelotas inverosímiles, protagoniza tantos hermosos, pero siempre parece un punto por detrás, incapaz de concretar sus ventajas, exigido al servicio (afrontará 18 bolas de break en contra), disparado en los errores y corriendo de un lado a otro como un bailarín ante una música torturadora. La derecha de Ferrer dirige la orquesta.
En esas llega el saque a más de 200 kilómetros por hora que cambia el rumbo. Esa bola de set perdida que transforma el combate de boxeo (el intenso juego de fondo de Ferrer) en el intercambio de tortas (los fenomenales tiros rápidos de Murray), mezclados con su revés cortado y sus subidas a la red para variar el ritmo.
Así lo ve Javier Piles, el entrenador de Ferrer: "David intentó jugar con cambios de velocidad y consumir el físico de Murray; abrir la pista, que él bajara y le diera una ocasión. Empezó por abajo los tie-breaks y... ahí ya dependes del otro. No se puede vivir solo del resto. Le faltó saque".
Eso, como los tiros brillantes y el espíritu de campeón, capacidad innata para sobreponerse a las contrariedades e imponer las fortalezas propias sobre las debilidades ajenas (su clase sobre la consistencia de Ferrer; su saque sobre el resto del alicantino; sus subidas a la red sobre el revés del número siete) le sobró a Murray, que negoció un partido peligrosísimo en 3h 46m. "¡Vamos, Andy!", gritaba la grada, repleta de escoceses, que resumieron sus dificultades con carteles: "Murrayculous", se leía. "Milagroso Murray".
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