Un melodrama para Judy
Con las víctimas del estrellato se podría recomponer el firmamento. Para mantener ahí arriba a Judy Garland, en la Metro Goldwin Mayer le redibujaron los labios, la curva de sus cejas, la línea del pelo y, sin pretenderlo, el funcionamiento de su sistema nervioso central: sin barbitúricos ni anfetaminas, la entonces niña prodigio no hubiera podido mantener el régimen de trabajo estajanovista que imponía el productor de origen bielorruso Louis B. Mayer. Lo que sucedió en aquellos estudios con ella y con Mickey Rooney daría para una película improbable. Para no meterse en berenjenales, en Al final del arcoíris, comedia de ficción biográfica, Peter Quilter nos presenta a una Judy Garland de vuelta: apartada de la industria cinematográfica, intenta abordar con éxito cinco semanas de conciertos en el club londinense Talk of the Town, de la mano de Mickey Deans, su nuevo productor y próximo marido.
AL FINAL DEL ARCOÍRIS
Autor: Peter Quilter. Intérpretes. Natalia Dicenta, Miguel Rellán y Javier Mora. Escenografía: Ana Garay. Director musical: Luis Fernández. Dirección: Eduardo Bazo y Jorge de Juan. Teatro Marquina.
En la ficción, Judy se agarra a Mickey como un náufrago a un espejismo: es incapaz de salir a escena sin haberse metido una dosis de psicoestimulantes. Como el desenlace de esta historia de amor interesado resulta previsible, su autor triangula la relación de pareja: el tercero en discordia es un pianista homosexual, amigo íntimo de Judy dispuesto siempre a echarle un capote. Encerrados en su hotel, los amantes se pelean, se adoran, especulan con su futuro y le echan un pulso perdido a un destino cantado.
Escrita con oficio para entretener a un público sin fobia al melodrama, Al final del arcoíris proporciona un arco emocional amplio y situaciones cómicas más que suficientes para el lucimiento de una gran actriz. Natalia Dicenta se mueve en escena como delfín en el Índico.
Dentro del recorrido marcado, los directores Eduardo Bazo y Jorge de Juan le dejan un margen de libertad en el que está a sus anchas. No imita a la Garland, la recrea con personalidad e imprime a las canciones su propio estilo: sus calidades vocales son otras. En Come Rain or come Shine está brillante. Miguel Rellán imprime humanidad al personaje improbable del pianista abnegado y Javier Mora cumple con el personaje peor delineado, porque su relación con la diva debe transfigurarse en cuestión de segundos para que el melodrama avance.
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