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Columna
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Escalada a un sarcófago

El nuevo relato de Manuel Vicent, Aguirre, el magnífico (Alfaguara), empieza en Alcalá de Henares en 1985, después de la entrega del Cervantes a Torrente Ballester, y acaba en Loeches, donde es enterrado su protagonista, Jesús Aguirre, duque de Alba, en 2001. En sus primeras páginas recuerda el autor, con el característico humor que atraviesa toda su obra y la impregna, garantizándonos una divertida lectura, que cuando Aguirre le presentó al Rey lo hizo en estos términos: "Majestad, le presento a mi futuro biógrafo". Y que el Rey le contestó: "Coño, Jesús, pues como lo cuente todo, vas aviado".

La idea de este libro quizá proceda de aquella anécdota, pero no se trata de una historia para cotillas de la cultura y la aristocracia, aunque no les defraudará (Aguirre lo era mucho); es una honda contemplación de la condición humana del personaje y de la sociedad de la que, a mi entender, logra burlarse este hijo de madre soltera, metido a clérigo -volteriano, dice Vicent- cuya homosexualidad no le impide llegar a ser duque de Alba. Pero Vicent cumple aquí con lo que el Rey temía: lo cuenta todo. Los episodios más pintorescos de la vida de Aguirre, sus aparentes disparates, sus anécdotas más dramáticas o divertidas, sus ocurrencias, las imposturas del personaje y sus contradicciones. No obstante, tan poco contenido con frecuencia, es probable que el autor se haya visto esta vez obligado a un ejercicio de contención ante la abundancia de lo insólito en lo que es la historia de una ambición que, de ser reproducida en todos sus excesos, es posible que deviniera inverosímil. Por eso este es un relato hecho a veces con materiales propios del esperpento; no porque los eligiera el autor, sino porque le han venido dados con prodigalidad.

Madrileños fueron los paisajes de los cambios que experimentó este país entre 1970 y 2001

Barruntando todo eso me preguntó un amigo ante el entusiasmo de mi lectura: "¿Da caña?". No, Vicent no da caña, le respondí. Ni a Aguirre, a quien no somete a juicios morales ni de otra índole, ni a los numerosos personajes que en torno a él aparecen en el desarrollo del relato. Lo que hace es retratar con la habilidad, la clarividencia y el humor con que lo ha hecho tantas veces en este mismo periódico. Y ese conjunto de retratos forman el retablo ibérico esplendoroso que se propuso en torno al gran retrato central de Aguirre.

Pero que la historia empiece en Alcalá no quiere decir que transcurra exclusivamente en Madrid, que también aparecen y con jugosas anécdotas tanto el Santander de la infancia y juventud de Aguirre como la Alemania de su formación intelectual, la Sevilla de sus días de aristócrata, y de manera tangencial paisajes valencianos del autor. Sin embargo, los escenarios fundamentales son madrileños, tanto porque los hechos más significativos de la vida de Aguirre, privados y públicos, tienen lugar en nuestra capital como porque madrileños fueron los paisajes de los cambios que experimentó este país desde 1970 hasta 2001, reflejados con excelencia por el poder narrativo de Vicent. Lo mismo la Iglesia de la ciudad universitaria, donde el padre Aguirre confesaba y casaba a muchos intelectuales y políticos antifranquistas de diversas tendencias, que el Parsifal de una tertulia conocida de la época en la que exhibía su pedantería, los espacios más íntimos de su trabajo editorial en Taurus, con un perro dálmata paseándose entre los libros, de su vida más secreta en el piso de soltero del Viso o eventualmente en la estación de metro de Nuevos Ministerios, por ejemplo, y como es lógico, en el palacio de Liria.

Es imposible que aparezca ningún espacio castizo, barriobajero, aunque no se descarte que los frecuentara alguna vez de modo furtivo, pero sí se manifiesta con el pueblo madrileño en momentos determinantes de ese pedazo de la historia reciente de España para cuya atinada visión Vicent se sirve del hilo conductor de la vida de este cura protestatario, primero, singular intelectual de salón a la vez, político de refilón más tarde, y duque de Alba al fin en una carrera imparable, llena de secretos e imposturas, que buscó lo más alto por donde fuera. Vicent ha logrado escribir la aventura de ese héroe que consiguió finalmente, en palabras del autor, "escalar un gran sarcófago de mármol por cuya conquista luchó toda su vida".

Y precisamente porque la vida de Aguirre es aquí un hilo conductor, Vicent aclara que el relato -no se atreve a llamar novela a lo que, importando poco que lo sea o no, creo que lo es-, no es exactamente una biografía de Aguirre. Y si no es exactamente una biografía, porque es algo más en efecto, no deja de ser un excelente relato biográfico. Y es algo más porque Vicent ha circulado con una prosa excelente y una mirada irónica y penetrante por ciertos laberintos del tardofranquismo y la Transición, no desde el periodismo o la historia esta vez, sino desde la mejor literatura.

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