Crispación
Participar en la opinión pública exige dos normas básicas. La primera consiste en no perder el sentido del humor para no caer en el dogmatismo o la pedantería. La segunda exige no confundir nunca la política con la sociedad, porque esta última es mucho más importante que la primera. Pero hay veces que uno no está para normas, de forma que en esta ocasión me voy a saltar la primera y ocuparme directamente de la segunda.
En las últimas semanas se está produciendo un fenómeno muy perverso, que consiste en interpretar las acciones violentas de algún ciudadano en términos exclusivamente políticos. Apalean a un consejero, atentan contra la vivienda de una alcaldesa, atacan las sedes de partidos políticos y nos obsesionamos con saber las raíces políticas de los violentos. Si tienen señas partidistas, pertenecen a un grupúsculo ideológico o simplemente son parientes de un histórico, entonces la cosa es grave porque se enmarca en la crispación política. En el caso de que sea un individuo aislado, sin importancia colectiva, entonces el asunto es de menor importancia, algún descerebrado o enfermo mental. Error, craso error, la violencia política es grave porque indica que están fallando las instituciones, pero si la violencia es social hay que poner a funcionar todas las alarmas porque hace sospechar un mar de fondo de consecuencias impredecibles.
La prueba está en que cualquier novedad provoca una escisión social. Prohíben fumar, un gesto inútil, pues ya tenemos los que están a favor y en contra, pero no como opinión personal sino como un asunto existencial, de supervivencia, de salud o muerte. Ponen un artefacto en la oreja de los senadores, algo que tampoco importa mucho porque votan lo que manda el partido al margen de lo que escuchen, y otra vez tenemos al país dividido en los del pinganillo y los naturalistas auditivos. Es igual, pase lo que pase estamos dispuestos a pelear por ello.
Aunque no está bien visto reconocerlo, la verdad es que estamos agresivos, frustrados, peleones, irritados, más allá del tema de partidos o de matices ideológicos. Y lo estamos porque no entendemos nada de lo que nos está pasando, salvo que no es nada bueno en cualquier caso. Por supuesto que necesitamos elecciones, dictámenes judiciales y valoraciones financieras para aclarar la situación de muchos y la voluntad de todos, es algo imprescindible. Pero también necesitamos respirar todos los días y eso no es suficiente. Sabemos, eso sí, que nos van a reformar como un traje viejo, en el trabajo, la sanidad, jubilación, autonomías, educación y todo lo demás. Pero no sabemos ni por qué y, sobre todo, para qué. Por eso estamos inquietos y crispados. Y más que estaremos, si alguien no lo remedia.
¿De verdad es mucho pedir que nos expliquen qué está pasando y cuál es el proyecto que tenemos por delante?
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