Te llamas Pepiño y eres de Lalín
Entramos en periodo preelectoral y las encuestas cobran relevancia porque, ahora sí, la gente las empieza a contestar (no del todo aún) pensando en lo que realmente hará el día de los comicios, ya sean municipales o autonómicos, porque para las elecciones generales aún no hay ambiente de proximidad. En Galicia, las encuestas señalaban hasta hace poco, para las municipales, una situación estable, sin grandes cambios en los municipios grandes, y sin que la crisis pasase especial factura a nadie. Es posible que esa pueda ser la situación, aunque la opinión pública cambia cada vez más rápido y nada es seguro. La opinión pública cambia rápido porque las creencias políticas, como las religiosas, han subido de las profundidades anímicas a la superficie del sistema de creencias que todos gestionamos en nosotros mismos. El voto es más volátil y las sectas más pintorescas (algunas destructivas) se multiplican al infinito.
Las encuestas se usan para conocer el presente, adivinar el futuro y desmoralizar a los rivales
Con las encuestas pasa como con todo, aceptamos mejor la que nos favorece y negamos la que nos niega, y esto es más sano que su contrario, aunque sea menos cierto, pero la salud hay que cuidarla, también la mental. No son tan exactas como aquel artefacto de adivinar que había en la feria de los jueves en la carballeira de Santa Susana, en Compostela, y que contestaba al mozo que metía su moneda: "Chámaste Pepiño, es de Lalín, e vaite de contado que vas perder o coche".
Las encuestas se usan no solo para conocer el presente electoral, sino para adivinar el futuro (este es el objetivo principal de los más agrestes tertulianos y de los periodistas políticos deseosos de emociones fuertes) pero también se usan para desmoralizar al adversario. Si consiguen colocar la idea de que ese adversario no tiene nada que hacer, habrán alcanzado quizá su principal objetivo. A veces esa desmoralización y la desmovilización consiguiente del electorado no se consigue, y en cambio se logra, al contrario, enfurecer y movilizar al electorado adverso, devolver al voto a los abstencionistas y cavar nuestra propia tumba demoscópica a golpe de encuestas desmesuradas. He vivido de cerca todas estas cosas, y me he divertido estudiándolas muy seriamente, aunque tales artimañas no son muy serias y no contribuyen a la salud de una buena democracia deliberativa. Pero así somos a veces.
Un día sí y otro también (en Galicia menos, afortunadamente) nos sirven encuestas de irregular respeto. Una vez (corría el año 1996) un conocido diario se inventó una realmente salvaje que tuvo mucho éxito, o quizá la compró en el mercado de las mil y una noches demoscópicas. Fue multado por ello, pero las tradiciones son las tradiciones y cada vez que leo una encuesta de esa procedencia me sale el feroz académico que llevo dentro y me voy a contrastar datos reales y estables para hacerme una idea un poco más exacta de la situación. Es posible hacerlo con rigor y paciencia, aunque cada vez es más difícil en medio del ruido preelectoral, con cada cual barriendo para casa y gritando su victoria anticipadamente. No hagan mucho caso, la realidad es muy compleja y nuestro cerebro muy limitado.
Tengo una gran frustración democrática: nunca voté en Galicia. Intentaré hacerlo antes de dar el paso definitivo a otros estadios del espíritu. Me considero un ser incompleto y me encantaría estar en mi pueblo con mi voto. No será así, pero lo viviré como si estuviera ahí. En todo caso, cuando sepa algo fiable y cuasidefinitivo sobre el voto, ahí y en todo el Reino, se lo cuento. Pertenezco a una generación que siempre disfruta, aunque no ganen los suyos. Antes no había esto de votar, y ver votar a la gente y votar uno mismo es un espectáculo y un placer, no tanto o no del tipo que un videoclip electoral nos mostraba hace poco, cuando las elecciones catalanas. Y es que, no me cansaré de decirlo, hay gente pa tó. Lo vamos viendo.
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