Propiedad intelectual
Impresionante el artículo de Juan Carlos Rodríguez Ibarra (Canon digital, EL PAÍS, 10 de enero) en el que, entre otros planteamientos made in Ibarra, utiliza la propiedad intelectual como el principal obstáculo a la libertad de expresión. Casi nada, puesto que históricamente ha quedado demostrado que ambos conceptos han ido siempre de la mano y se han retroalimentado entre sí. Algo que ahora aquellos como el señor Ibarra, que aboga por la cultura gratis, tratan de confrontarlos. Tanto es así que en nombre de la libertad de expresión pone como ejemplo el ataque de "un millón de jóvenes de forma legal" que tumbó la página web de la SGAE y la del Ministerio de Cultura, entre otras. Es decir, que si mañana mismo hay otro millón de personas que se muestra contrario a una noticia de EL PAÍS y tumban su portal es una muestra de esa libertad de expresión que propone Ibarra. Y el resto de lectores nos quedamos sin informarnos como todos los días.
Señor Rodríguez Ibarra, infórmese de las cosas. Defienda la cultura de este país, que por eso se nos conoce en el mundo. Y señor Rodríguez Ibarra, no desbarre con asuntos que, como deja claro en su artículo, desconoce de forma notable. No se puede saber de todo.— Pau Donés. Cantante de Jarabedepalo.
Dice Rodríguez Ibarra que "lo más sensato sería revisar el concepto de propiedad intelectual y derechos de autor en la sociedad de Internet". Y, en esto, tiene razón. Lo más sensato es que España ajuste su legislación en esta materia, tal y como lo han hecho los países desarrollados de nuestro entorno en el espléndido continente de la Red y la haga cumplir. Internet, como todo lo todopoderoso, puede ser buenísimo o malísimo. Porque la bondad o maldad no están en él, sino en quienes, por qué y para qué lo utilizan. La cultura —el magma de nuestras actitudes— es gratis.
Los productos culturales no lo son. Ni tienen por qué serlo mientras que no lo sean también los alimentos y la vivienda, por ejemplo. Yo, como autor de historias, no tendría ningún reparo en regalarlas, si al tiempo me regalaran a mí alas de pollo, cogotes de merluza, calzoncillos y desodorantes. Mientras no sea así, que no me entere yo de dónde ha aparcado el coche un ladrón —por no aplicación de una ley defectuosa— de películas a través de Internet; porque, al estar en la calle, está tan a mi disposición como en Internet y me lo bajo.— José Luis Cuerda. Director de cine.
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