Más Europa
A pesar de los días de tregua que han concedido los mercados de deuda pública a los Tesoros europeos, la eurozona sigue siendo hoy la zona de mayor riesgo del mundo. Los títulos de deuda soberana de algunos de sus países miembros se les exige una remuneración superior a la de no pocos emergentes considerados de elevado riesgo. Poco importa que no sea esta región la que tiene el mayor déficit o deuda pública, ni que se encuentre al otro lado del Atlántico de donde se desencadenó la crisis financiera, ni donde hayan tenido lugar anomalías del tenor de las observadas en el conjunto de la industria de servicios financieros estadounidense.
Lo cierto es que el bienestar de los ciudadanos cuyos Estados comparten moneda y política monetaria está seriamente amenazado. A las ya explícitas tasas de desempleo de algunas economías hay que añadir la también muy erosionada capacidad de producción futura: la descapitalización creciente de economías, como la española, que tardarán muchos años en recuperar tasas de crecimiento como las que disfrutaron en la etapa de expansión.
Las causas de esa particular inestabilidad en los mercados financieros europeos tampoco tienen tanto que ver con la estimación rigurosa de las probabilidades de insolvencia de algunos Estados como con la más razonable de que en el seno de la eurozona no existe mecanismo ni autoridad capaces de gestionar esta crisis. La integración es completa en lo monetario, pero sigue huérfana de avances en otras dimensiones de la Unión Económica. Desde luego en la fiscal. Y eso lo cotizan los mercados. Perciben que en situaciones en modo alguno gobernadas por la racionalidad, el abandonismo político puede terminar originando, en el mejor de los casos, procesos de reestructuración de deuda pública en los que los inversores privados pierdan parte del principal invertido. En el peor de los desenlaces, la fragmentación del área monetaria o, directamente, tensiones en los sistemas bancarios que acaben convirtiendo deudas privadas en públicas.
Frente a ello es necesario que las autoridades comunes, desde el Banco Central Europeo hasta la Comisión y el Consejo, sean conscientes de esta situación de emergencia. También que se arbitren mecanismos de apoyo a aquellos países cuya deuda pública y sistema bancario son hoy objeto de mayores tensiones. A cambio, claro, de la necesaria condicionalidad y exigencias de vuelta al rigor.
Iniciativas desechadas por las autoridades alemanas, como las destinadas a emitir bonos paneuropeos que propuso el presidente del Eurogrupo, son pasos en la dirección correcta de esa mayor federalización fiscal y económica de Europa. La alternativa, dejar que se fragmente la eurozona y que los ciudadanos acentúen su desafección de las iniciativas e instituciones comunitarias, es objetivamente malo. No solo para economías hoy más vulnerables, sino también para otras que, como la de Alemania, parecen tener la patente de administración de una ortodoxia que está dañando las posibilidades de recuperación del crecimiento y del empleo en el conjunto de la región. Una Europa más consecuentemente integrada, con cesiones claras de soberanía fiscal por parte de los Estados, al menos de los que comparten moneda, es la única alternativa no solo a la actual crisis, sino a las exigencias que plantea la dinámica de globalización actual.
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