El valor económico de las cajas de ahorros
Las cajas de ahorros protagonizan el profundo cambio que vive el sector financiero español con la crisis. La reestructuración bancaria tomó forma en 2010 y la reforma de la Ley de Cajas (Real Decreto Ley 11/2010) ha supuesto el cambio regulatorio más importante de las últimas cuatro décadas. Ha llegado para las cajas ahora más que nunca el momento del mercado, de salir a captar recursos. En estos días se ha hablado de la necesidad de que las cajas se recapitalicen -bien de modo privado o público- cuanto antes. Este entorno no es sino la manifestación de que las cajas encabezan la imagen del sector financiero español y de que deberán entrar en rondas de negociaciones para refinanciar su deuda y elevar su capital en las que no habrá margen para errores, por el elevado riesgo que supondrían en el actual contexto financiero.
Si se acometen bien las integraciones, el valor económico como franquicia del sector es elevado
Es preciso que las cajas se impregnen del concepto de apertura y reconocimiento de un mercado global
Desde mi perspectiva, con más de 15 años de experiencia en el sector y habiendo estudiado y difundido el papel de las cajas por todo el mundo, no me cabe duda de que el valor de las cajas es elevado a pesar de las presentes dificultades. Sin embargo, es preciso reconocer que en un año tan determinante como 2011 las cajas están, para muchos, estigmatizadas y es vital que su imagen y verdadero valor resurjan con más fuerza que nunca sin demora. Para lograrlo -al margen de los vaivenes de la crisis de la deuda soberana- será preciso, al menos, insistir en cuatro aspectos fundamentales: comunicación del valor económico, apertura, profesionalización y función social.
El valor económico es el ingrediente básico. Se ha tendido a pensar que la crisis financiera en España era un problema exclusivo de las cajas. Sinceramente, no creo que sea cierto. No obstante, es lógico que las instituciones que gestionan más de la mitad del ahorro español sean objeto de mayor escrutinio. Y, por ello, se están observando cambios notables en las mismas. Por ejemplo, a través de las integraciones, las cajas, en promedio, van a multiplicar por más de cuatro su tamaño medio y se reducirá a un tercio el número de grupos que había hace un año. A pesar de ello, en medio de esta transformación hemos asistido a una pérdida significativa de imagen en las cajas, que podría influir negativamente en su valor en futuras operaciones corporativas. Esta amenaza afecta tanto a las matrices como a sus empresas participadas, hostigadas por la convulsión del mercado. La consolidación debe clarificar qué negocios son redundantes y cuáles deben redefinirse. Sin embargo, es conveniente enfatizar que incluso en escenarios macroeconómicos muy desfavorables que incluyeran la posibilidad de que fueran necesarias recapitalizaciones adicionales en los próximos meses, el valor económico de las cajas excede en mucho a los posibles costes de saneamiento y reestructuración de las mismas y hay que hacerlo visible. En este sentido, la diligencia de las actuaciones, la agilidad profesional y un correcto asesoramiento serán cruciales para convencer a inversores adecuados y evitar a toda costa una especie de venta precipitada a instituciones que solamente buscan "retales" financieros a descuento.
Es preciso insistir en los aspectos y cálculos más básicos para comunicar este valor. Tomemos como ejemplo el modelo de integración más común en el proceso de reestructuración, los llamados Sistemas Institucionales de Protección o SIP. Un ejercicio de proyección contable e inferencia estadística permite comparar algunas magnitudes fundamentales de los SIP con las que hubiera tenido la caja promedio que los forma de no haberse integrado en ellos. En este ejercicio se consideran los planes de eficiencia anunciados hasta la fecha para estos procesos y que, según el Banco de España, supondrán reducciones de oficinas de entre el 10% y el 30% y de empleados de entre el 11% y el 27% en 2011 y 2012. Según mis estimaciones, con el aumento de tamaño y las economías de escala asociadas, la rentabilidad sobre recursos propios (ROE) del SIP promedio español podría pasar del 3,45% en 2010 al 7,16% en 2012, mientras que si no se hubiera producido la integración tan solo llegaría al 3,86% en ese horizonte temporal. De forma similar, la ratio de capital de primera categoría o Tier 1 se estima que pasará del 8,79% en 2010 al 9,56% en 2012, mientras que sin el SIP hubiera quedado en el 8,27% en 2012. Son solo algunos ejemplos que muestran que si se acometen correctamente las integraciones -donde puede ser precisa, entre otras actuaciones, una mayor concentración patrimonial en torno al banco matriz de los SIP-, el valor económico como franquicia del sector es elevado. Claro está que muchos inversores foráneos ven en el sector bancario español el problema de la exposición inmobiliaria, una duda sobre la que se espera que los nuevos requerimientos informativos y de transparencia -que el Banco de España y la CNMV exigirán en 2011- acaben de despejar. Y si no las despeja, habrá que hacer todo lo necesario para recuperar la confianza exterior.
En segundo lugar, es preciso que las cajas se impregnen del concepto de apertura y de reconocimiento de un mercado global. Habrá que superar, entre otros, el importante escollo de la deuda y sus vencimientos para después poder atraer capital. Y, entre otros aspectos, deberán orientar en mayor medida el negocio a la financiación empresarial en los que el proyecto tendrá que pesar más que las garantías colaterales. Son riesgos menos conocidos que requieren formación y transformación, pero necesarios para orientarse hacia una actividad necesariamente menos vinculada al ladrillo y más a la innovación y la diversificación. En este punto, a las cajas se les presupone un valor relacional y una cercanía al cliente que es también parte de ese valor añadido y un punto de partida aventajado.
La profesionalización es un aspecto fundamental y muchas veces poco entendido. Las capacidades profesionales y la idiosincrasia de las cajas les han hecho ganar más de 20 puntos de cuota de mercado en las últimas tres décadas. Sin embargo, el entorno actual y global requerirá capacidades y habilidades adicionales para lidiar y convencer a mercados e inversores sofisticados. Se ha criticado como un aspecto débil del proceso de reestructuración que la despolitización que prevé la reforma legal no ha sido tal. Solamente el tiempo dirá si esto ha sido así. En todo caso, la acción de los propios inversores y de la disciplina de mercado traerán los cambios necesarios a los órganos de gobierno de las cajas allí donde sea preciso. Ahora más que nunca los administradores deben ser conscientes de la responsabilidad que desempeñan en su función.
Por último, pero no menos importante, está la función social. Sin ella no hay cajas. Además, está demostrado que esta función es buena parte de lo que el ciudadano entiende y valora como especial de una caja. Es ahora cuando las cajas tienen la oportunidad histórica de demostrar que pueden centralizar sus decisiones financieras en torno a un banco y, al mismo tiempo, aunar esfuerzos para, por un lado, mostrar sus buenas capacidades en servicios financieros para familias y empresas y, por otro lado, para no perder su identificación como entidades con una función social ni el reconocimiento de la sociedad civil en los territorios a los que se deben estatutaria e históricamente. Sea cual sea el modelo de propiedad y gestión, debe señalizarse y hacerse valer muy claramente el modelo económico-social diferenciado que ha marcado su buen hacer. Pueden adoptar de los bancos aquello que el mercado les exige, pero deben diferenciarse de ellos puesto que sin vinculación social perderán parte de ese valor diferencial y relacional. Es una nueva responsabilidad. En definitiva, ya no existirán solo bancos y cajas, sino bancos que solo pueden ser bancos y cajas que pueden ser lo que quieran, dueñas de su propio destino y ahora más responsables que nunca del mismo.
Santiago Carbó Valverde es catedrático de Análisis Económico de la Universidad de Granada.
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