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Columna
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Éxitos pírricos

Sería injusto dar carpetazo al análisis de las elecciones catalanas del 28-N sin haber dedicado siquiera un apunte a los resultados obtenidos por el Partido Popular y su combativa cabeza de cartel, Alicia Sánchez-Camacho.

Sabiendo que, en la política de hoy, lo que cuenta no es tanto la realidad como el relato que de esta se propaga e impone, el liderazgo en pleno del PP catalán se lanzó, desde la misma noche del escrutinio, a proclamar estentóreamente que habían alcanzado unos registros históricos, que habían roto su "techo de cristal", que el partido se instalaba por fin en la centralidad y otras hipérboles semejantes. De hecho, los 18 diputados obtenidos se sitúan solamente uno por encima de los 17 que logró Alejo Vidal-Quadras en 1995; aunque entonces, con una participación cinco puntos superior, los votos cosechados fueron casi 35.000 más que ahora, y el porcentaje llegó al 13,08%, frente al 12,37% actual.

Al PP, pese a los resultados del 28-N, no le queda otra que ejercer una incómoda oposición hasta las generales

Bien es cierto que, tres lustros atrás, el PP de Vidal-Quadras no sufría competencia alguna en su territorio socioideológico, mientras que el partido de Sánchez-Camacho ha tenido que rivalizar en españolismo por lo menos con Ciudadanos, y en agitación antiinmigratoria con Plataforma per Catalunya. Es fácil que ello le haya restado más de 100.000 votantes potenciales. En estas condiciones, la modesta subida del apoyo al PP resulta meritoria. Y también explicable: tras la efervescencia independentista de los últimos tiempos (consultas en muchos municipios, manifestación del 10 de julio, proliferación de plataformas y partidos de carácter secesionista, instalación normalizada del "tema independencia" en el debate público...), ¿no era lógico que los sectores más hostiles a tal hipótesis se movilizasen en contra, votando a aquellas siglas (PP y C's) en las que ven a los más firmes valladares antisoberanistas? Eso, sin contar con el efecto de arrastre que las perspectivas ganadoras del PP en el escenario español tiene para su sucursal catalana; ocurrió en 1995 y ha sucedido de nuevo en 2010.

Como quiera que sea, el caso es que ahí está un PP eufórico con sus 18 escaños y con su estatus recobrado de tercera fuerza en el Parlament. Ahora bien, ¿para qué va a utilizar Sánchez-Camacho esta representación política, qué uso podrá darle? De momento, el sueño de ser a la vez muleta y férula de la mayoría relativa de CiU duró menos de una semana. No por culpa de los manejos de una siniestra masonería sociovergente, sino porque Artur Mas sabe en carne propia lo indigesto que les resulta a sus bases cualquier pacto con el PP y prefirió entenderse con un PSC que no genera tales anticuerpos. Así que, durante los próximos 15 meses, a doña Alicia no le queda otra que ejercer una incómoda oposición: incómoda porque, en el papel de látigo del Gobierno, tendrá que rivalizar y a la vez confrontarse con los tres grupos del extinto tripartito; incómoda porque, simultáneamente, deberá vigilar de reojo a Albert Rivera y los suyos, no sea que estos vayan a birlarle la antorcha de la españolidad, la defensa del castellano, la lucha contra la inmersión escolar, etcétera.

Luego, allá por marzo de 2012, llegarán las elecciones generales españolas. Y entonces, una de dos: o bien el hundimiento del PSOE da a Mariano Rajoy la mayoría absoluta, en cuyo caso Cataluña conocería un revival del "todos contra el PP" y este no podría ejercer aquí más que de policía indígena empeñada en sofocar la agitación política local, o bien un Rajoy corto de escaños necesita los votos de CiU y entonces -como ya ocurrió entre 1996 y 2000- Madrid ordenaría a los populares catalanes arriar velas opositoras, apoyar sin condiciones al Gobierno de Mas y asegurar así el auxilio convergente en las Cortes Generales. Al fin y al cabo, ¿quién colocó a Sánchez-Camacho en la jefatura del PP en Cataluña...? Pues eso.

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No, querida Alicia, ni la centralidad ni el centrismo consisten en sentarse, dentro del hemiciclo, junto al pasillo de en medio. Y tampoco se alcanzan con el discurso que le ha reportado el 12% de los votos.

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