La multitud abraza a los reyes
Miles de personas se concentran en la Castellana para ver pasar la cabalgata
La noche del 5 de enero tiene algo especial. Una mujer con la cara desencajada zarandeaba a un duende que repartía caramelos. El personajillo huyó despavorido nada más zafarse. Un tipo con un chaquetón rojo, subido a una escalera de cuatro peldaños, sostenía con una mano un paraguas del revés y con la otra una gran bolsa de tela. Con la barbilla y el pecho mantenía en equilibrio a un niño de unos cuatro años. Unos metros más allá, Carmen González, al ver pasar el último paje, apuraba a su hijo: "Vamos rápido, que esta noche vienen a nuestra casa". "¿Seguro?", decía desconcertada la criatura. La madre aseguraba que se trataba de la primera pregunta existencial a la que se enfrentaba en su vida.
No es para menos. La cabalgata de Reyes que discurría entre Nuevos Ministerios y Cibeles congregó ayer a miles de adultos cargados de niños que se apiñaban a ambos lados del paseo de la Castellana. Un espectáculo de elfos, personajes de cuento, marionetas, faquires soplando fuego, dio paso a la entrada triunfal de los tres Reyes a bordo de fastuosas carrozas. Cuando los pelos de la barba de la primera eminencia asomaron por la larga avenida, la muchedumbre se dejó oír: "¡Ehhhh!". Eran las 18.48 y aquello no había hecho más que empezar.
Una hora antes, de la boca de Metro de Nuevos Ministerios brotaban ríos de gente cargada con escaleras, sillas y banquetas. La primera fila estaba ocupada desde el mediodía y los que llegaban a esas horas se las ingeniaban como podían. "El año pasado vine al salir del trabajo con mi niño y no vi nada. Nos tapaba todo el mundo. Le he pedido la escalera a mi suegro y aquí que me he plantado", explicaba Marcela, que además acompañaba a los hijos de algunas vecinas del barrio de Carabanchel. "Te dejo que no llego. ¡Corre tú también, que te lo pierdes!".Aún quedaba un buen rato, pero fue rápidamente tragada por la muchedumbre que ya poblaba la Castellana. Estaba a punto de comenzar un show alimentado por más de 1.400 personas a las que hay que sumar 300 personas de apoyo, como conductores o electricistas, 400 policías y 300 trabajadores de emergencias.
El momento, claro, llegó. El pastor de las ocas, Miguel, fue el primero en salir. Con una vara y un tono de voz autoritario, guiaba los pasos de un grupo de gansos con bolas de navidad atadas al cuello. "¡Atrás!", "quietas ahí", "adelante", ordenaba Miguel enfundado en una capa. Una mujer que le acompañaba reveló que podía hacerlas volar pero que no se atrevía entre el gentío.
Las carrozas seguían su camino. "¡Tacaña!", le gritaban a una paje al otro lado de las vallas. La mujer removía los caramelos dentro de la bolsa pero no lanzaba ni uno. La comitiva cruzaba Rubén Darío. "Nos han dicho que bajemos el ritmo porque no llegan para el final", se hacía oír entre la multitud. Se habían repartido en sacas mil kilos de dulces, 260.000 sin gluten. La mujer miraba con desprecio los paraguas del revés y las grandes bolsas de supermercado: "A esos no les echo ni uno. Ese no es el espíritu de la noche de Reyes. Solo doy a quienes tengan las manos vacías". En lo alto, Melchor, Gaspar y Baltasar saludaban a un lado y a otro, cada uno en su carroza. Había quienes les lanzaban cartas que se quedaban tiradas y luego pisoteadas en el asfalto.
Los sanitarios del Samur-Protección Civil realizaron 28 intervenciones. La mayoría fueron mareos, caídas, torceduras y, por supuesto, caramelazos. "¡Ay!", se escuchaba de vez en cuando en la multitud. Pero era recíproco el lanzamiento de chucherías. Cloc, cloc, sonaba en las carrozas al recibir de vuelta los caramelos. Era imposible vislumbrar quién los lanzaba a la comitiva, pero elfos, personal de seguridad y demás podían dar fe de que eso ocurría en algunos tramos.
La escuela de música de la universidad de Luisiana ponía el ritmo al desfile. Jóvenes tocando con el clarinete o el trombón toda clase de villancicos, al tiempo que una animadora lanzaban al cielo su bastón de majorette. "¿Do you speak english?", preguntaban con sorna unos adolescentes que tenían patas arriba una parte de la grada. Los universitarios devolvían el saludo en español. Al final del recorrido, hijos y padres exhaustos. "Lo haces por ellos, te pegas la paliza porque solo una vez en la vida son pequeños y disfrutan de esto", contaba Roberto, transportista, en Cibeles. A continuación, rebañaba con el paraguas los caramelos que quedaban en el suelo. Después cogía la mano del niño y se iban los dos Alcalá arriba.
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