El vicio de querer tener siempre razón
No busquemos resonancias entre la razón, la verdad y la democracia. Por más que puedan producirse ocasionales coincidencias, sabemos que la verdad no se somete al principio de la mayoría, que lo racional no tiene por qué ser verdadero ni la verdad racional, y que democracia y razón no conducen una a la otra en todos los casos, sino más bien al contrario: con harta frecuencia sucede lo contrario.
Tampoco hace falta que le demos la razón al vencedor ni que creamos que solo él nos ha contado la verdad. A veces gana precisamente por lo contrario. Gana quien sabe ganar, no quien tiene la razón y la verdad. Pero ni la verdad ni la razón son un consuelo para los derrotados en las urnas. Sí debieran servir como lección. La dio hace casi cien años Max Weber en un texto que periodistas y políticos deberíamos llevar en el bolsillo para releerlo con frecuencia, solo por si acaso. Con ocasión de las derrotas y los fracasos, sin ir más lejos. Se trata de la famosa conferencia La política como vocación, donde el sociólogo desgrana los tres tipos de legitimación del poder (la costumbre, el carisma y la legalidad), señala la diferencia entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad, y proporciona un retrato escasamente halagador pero muy actual del oficio periodístico.
El vencedor se queda con los despojos de la batalla, que cuando son políticas incluyen la razón y la verdad de los vencidos
Entre los muchos argumentos enjundiosos que contiene el texto, uno parece especialmente adecuado para intentar entender la época en que nos ha tocado vivir y en especial la desconexión entre razón, verdad y democracia. Weber critica al vencedor de una guerra que, "cediendo al mezquino vicio de querer tener siempre razón, pretende que ha vencido porque tenía la razón de su parte". Paul Krugman, el brillante Nobel de Economía, que debe de tener a Max Weber leído y subrayado como pocos, parece tener en poca estima a quienes vayan analizar en el futuro la crisis actual, al señalar: "Cuando los historiadores contemplen retrospectivamente los años 2008 a 2010, creo que lo que más les desconcertará será el extraño triunfo de las ideas fallidas. Los fundamentalistas del libre mercado se han equivocado en todo, pero ahora dominan la escena política más aplastantemente que nunca".
Weber pensaba directamente en derrotas militares. Su conferencia es de 1919, pronunciada en plena indigestión de aquella derrota alemana que originó otra gran guerra. Pero lo que dice vale para cualquier otra derrota, política, electoral o ideológica, como las que podemos observar estos días. "Ponerse a buscar después de perdida una guerra quiénes son los 'culpables", dice, " es cosa de viejas; es siempre la estructura de la sociedad la que origina la guerra". Y nos da, además, un apunte sobre la ética de la derrota, imprescindible para superarla con dignidad: "Una ética que, en lugar de preocuparse de lo que realmente corresponde al político, el futuro y la responsabilidad frente a él, se pierde en cuestiones, por insolubles políticamente estériles, sobre cuáles han sido las culpas en el pasado".
Los vencedores no tienen la razón ni la verdad, ni en las urnas ni en los campos de batalla. Pero no importa, porque han sabido leer la correlación de fuerzas, oler el aire del tiempo, emplazarse en el lugar adecuado para sacar ventaja y ganar la contienda, sea bélica o sea electoral. Los vencidos, en cambio, es muy posible que tengan toda la razón y toda la verdad, pero no les sirven para nada. Al contrario, nada mejor que la razón y la verdad de los otros, de los vencidos, para asentar los triunfos de quienes los han derrotado.
En el más leve de los casos, la victoria es la oportunidad que tiene el vencedor de cortar y repartir la tarta. El auténtico vencedor se queda con los despojos de la batalla, que cuando son políticas incluyen las ideas, los programas e incluso los valores, es decir, la razón y la verdad de los vencidos, para hacer con ellos lo que le convenga: tirarlos o incluso devorarlos y asimilarlos. Los vencidos tienen pocas opciones. Una de ellas es subirse al carro de quien les ha derrotado. El resto son cuentos de viejos (seamos algo más correctos que Max Weber en su tiempo).
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.