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Columna
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El regalo

Creo que los resultados de esa encuesta que imagina al PP vencedor de las próximas elecciones andaluzas son una estupenda publicidad para el PP. El primer efecto de las encuestas es publicitario, y el PP acaba de recibir tres eslóganes: es el partido que inspira más confianza, el más capacitado para gobernar, el más honesto. Eso pensaban entre el 18 de octubre y el 18 de noviembre de 2010 muchos de los 3.655 entrevistados en 277 núcleos de población por el personal del Instituto de Estudios Sociales Avanzados, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, con patrocinio de la Junta de Andalucía.

Y me creo que haya más gente que piense lo mismo. La situación general en la región es mala o muy mala para siete de cada diez de los encuestados, y sólo uno la ve buena. Dos la ven regular. La mayoría piensa que empeorará. La encuesta ofrece un cuadro del ambiente social y de los gustos y tendencias del momento. Entiendo que el PP celebre la encuesta como un auténtico regalo navideño: por primera vez en muchos años su victoria es verosímil, o el público la considera verosímil, algo impensable hace sólo unos meses, cuando un gobierno del PP en Andalucía no parecía ni probable ni posible.

En la victoria del PP no creía ni el PP, y esa incredulidad en las propias posibilidades se traducía en expresiones como "voto cautivo" o "régimen búlgaro". Parecía quimérico desenmallar el tupido tejido socialista, su manto paternal de muchos años, extendido sobre la ciudadanía, la patronal, los sindicatos, las cajas de ahorros, los negocios privado-públicos, la propaganda, el altavoz y la luz de la leal radiotelevisión. Han perdido los socialistas la legitimidad que dan el éxito económico y la alegría del dinero en la calle, y ahora que, según datos de la misma encuesta, los pesimistas se imponen sobre los optimistas, el optimismo es el estado mental del PP.

Porque la encuesta bendice al PP. Es el reconocimiento de que la victoria de los populares ha dejado de ser "lo que nunca ocurrió ni se espera que ocurra", frase que usaba Clara Reeve para resumir la materia de las novelas fantásticas y de terror. Y esto es lo verdaderamente significativo de esta encuesta: supone un cambio de perspectiva, de punto de vista, de sensibilidad, de música ambiental. Cuando los tiempos cambian, cambia la música, y el triunfo del PP es lo suficientemente probable como para persuadir al público de que puede ser real. Hay que reconocer, sin embargo, que para que al PP se le atribuyan casi 10 puntos de ventaja sobre el PSOE, los socialistas han tenido que esforzarse mucho y acercarse mucho al PP: llevan meses exigiendo al PP y su gente el apoyo a políticas económicas que, defendidas por el PSOE, son, por naturaleza, del PP. La intolerancia verbal y visceral que existe entre populares y socialistas pertenece menos a la realidad que al mundo del espectáculo político radiotelevisivo.

La encuesta es un choque simbólico para los socialistas: que parezca verosímil un triunfo popular significa que una derrota socialista no es ya inconcebible. Los socialistas no niegan ni discuten los resultados de la encuesta. Creen en la verdad de las encuestas, quizá porque les eran devotamente favorables. Pero culpan de su mala situación a la crisis económica, y no se equivocan. No se equivocan en parte, porque habría que precisar: la culpa del descrédito socialista la tiene la política socialista frente a la crisis, antes de la crisis y durante la crisis. Y recurren a cálculos consoladores: aunque gane el PP, no gobernará. No ganará por mayoría absoluta, y el PSOE volverá a formar gobierno con IU. Este planteamiento puede regalarle al PP otro eslogan, orden, consejo o ruego para los electores: "Para que el PSOE descanse después de treinta años de incesante gobierno, denos la mayoría absoluta".

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