Magia y color en la pista

El buen trabajo de Ananda Dansa cobra entidad y grado con esta propuesta que se exhibe bajo el baremo de familiar, pero que en realidad es en estricto teatro de danza infantil. Lo que pasa es que la calidad lo justifica y gusta a todos, entretiene y mantiene su ritmo en su hora y pocos minutos de extensión. Gran parte del acierto está en un trabajo redondo de equipo, desde el imaginativo y geometrista vestuario hasta la música, desde la escenografía hasta la iluminación. Pep Llopis firma una de sus más redondas partituras para danza; compositor experto en estos terrenos ha sabido desgranar unos temas que recuerdan la tradición, pero a la vez apoyan la danza.

Tejiendo un ambiente circense no exento de su propia poesía gestual, los hermanos Valls van a un lenguaje sin edad. Toni Aparisi, además de haber hecho un buen trabajo en la parte coreográfica, está delicioso como director de pista, una especie de payaso díscolo que sirve de enlace a una sucesión de números previsibles pero encantadores, desde la vitrina ilusionista de la mujer serpiente al viaje al fondo del mar con los peces de helio. No ha olvidado Aparisi las partes de pantomima y recrea de modo creíble y ameno esos esquemas casi tópicos del payaso torpón en la pista, capaz de arrancar risas a pequeños y mayores.

Y este género es muy difícil, pero Ananda ha investigado a fondo desde las fanfarrias a la gestualidad, y eso marca los caracteres; Miguel Tornero con su histrión natural logra un faquir casi de cómic; Rosa Ardid en la mujer forzuda usa la plástica del cine mudo y Henar Fuentetaja vence el hieratismo de la Mujer Serpiente. Su circo mágico merece verse, y el mejor testigo ha sido las caras y las palmas de los pequeños al acabar la función.