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Columna
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Sospechas

Si hay alguien que debería mostrarse decepcionado por los hallazgos de Wikileaks es aquel que posea una mente conspirativa. Detrás de este goteo diario de valoraciones diplomáticas "secretas" que ya seguimos como si fuera un serial presumimos que hay mentes capaces de componer atinados retratos psicológicos, con un conocimiento nada desdeñable de los países en los que tratan de influir y un espíritu diligente. Pero nada que nos confirme que Elvis vive, que llega la fecha de descongelación de Walt Disney o que cierto día de septiembre ningún judío acudió a trabajar a las Torres Gemelas. Lo que vienen a confirmar los papeles de Assange son las sospechas que los ciudadanos sensatos tenemos acerca del poder: que una cosa es lo que se dice y otra lo que se piensa y que el ciudadano debería ser siempre más desconfiado con las posturas populistas.

Leo hoy las informaciones sobre el debate de la ley antidescargas y sospecho que si la mayoría de los partidos no la apoya no es por principios (lo entendería) sino por no comprometerse con un asunto tremendamente impopular. Escucho a los líderes del Partido Popular oponerse al recorte en el sistema de pensiones y al retraso en la edad de jubilación y sospecho que esa repentina fiebre sindicalista está provocada por intereses espúreos que se resumen en dos palabras: mayoría absoluta. Y no dejo de sospechar que el Gobierno tiene miedo a hincarle el diente al hueso más duro, esas rentas altas que en ningún caso padecerán el deterioro del sistema en el que hasta ahora habíamos confiado. Pero limitar las sospechas a la clase política cuando los actores económicos están determinando de tal manera el nuevo curso del mundo sería pobre. Vivimos acogotados por las sospechas. En realidad, ¿a quién votar en estos momentos? A aquel partido que se aproveche menos de nuestra ignorancia.

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