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Columna
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Precampaña

Quienes hayan seguido con alguna atención la actualidad política de las últimas semanas, habrán advertido un cambio en el comportamiento de Francisco Camps. El presidente adusto, huidizo, reservado con la prensa y de gesto permanentemente preocupado, está dejando paso a un Camps más suelto, más seguro de sí mismo, incluso desenfadado. Las bromas que el otro día se permitió con los fotógrafos, y que recogía este diario en su edición del sábado, así lo indican. Esto hubiera sido inimaginable meses atrás. En la misma línea se inscribe la reunión que mantuvo con los empresarios y los rectores de las universidades valencianas, destinada a promover la innovación. Que de ella salga algo práctico es improbable; en cualquier caso, es lo de menos. Lo importante es que contribuye a reforzar la imagen pública del presidente, su papel institucional. Es probable que veamos más gestos como este en el futuro.

Ante la situación creada por los escándalos, Camps tenía dos caminos ante sí. Uno era continuar por la senda que mostraba un presidente abrumado por la situación y con poca confianza en sí mismo; el otro, el que ahora ha tomado. El primero no conducía a ninguna parte y acarreaba el riesgo de minar la fe de sus votantes: un hombre triste agrada poco al público. Con el segundo, Camps da un paso al frente para lograr esa victoria que predicen todas las encuestas. Los asesores del presidente han sabido aconsejarle que ese era el mejor camino para presentarse ante los ciudadanos en la próxima cita electoral. ¿Y el caso Gürtel?, preguntará el lector. Es cierto que Gürtel -en el que tantas esperanzas tiene depositada la oposición- esta ahí, pero, salvo que se resolviera antes de las elecciones, no creo que represente un papel de importancia.

Frente a esta política inteligente, destinada a obtener unos resultados ciertos, los socialistas han optado por la sorpresa. La sorpresa puede ser un arma efectiva, a condición de no abusar de ella, porque, en tal caso, sus efectos se vuelven incontrolables. Destituir al delegado del Gobierno la víspera de la llegada del AVE a Valencia ha sorprendido a todo el mundo, desde luego; más difícil resulta saber a quién beneficia la decisión. Los réditos que Jorge Alarte pueda ganar con el cambio quizá no compensen la pérdida de imagen que se ha trasladado a los electores. Tal y como plantean los socialistas estas acciones, tienen el inconveniente de que confunden a sus propios votantes. Tras escuchar las propuestas del candidato Calabuig sobre Valencia, uno no sabe si inclinarse por este hombre o hacerlo por Rita Barberá. Ante dos programas muy semejantes, es probable que el elector prefiera la experiencia de quien lleva muchos años al frente de la ciudad.

Si las propuestas que hace Calabuig desconciertan a los votantes socialistas, la que acaba de formular Elena Martín provoca la perplejidad. Ante la urgencia de exhibir en su programa una bandera que atraiga a los ciudadanos, la aspirante al Ayuntamiento de Alicante pretende que la Unesco declare la Cara del Moro Patrimonio de la Humanidad, y se ha puesto a recoger firmas para ello. Debe parecerle a Martín que ninguno de los graves problemas que arrastra Alicante tiene suficiente importancia para el elector y se precisaba una novedad. Quizá tenga razón la candidata. Ahora, como programa electoral, la propuesta parece poco ambiciosa. A la Cara de Moro, tal vez debería añadirle Martín La Explanada y, ¿por qué no?, la playa del Postiguet. Yo creo que con esos tres puntos, tendría las elecciones aseguradas.

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