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Columna
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Edwards

Carlos Boyero

Escuché su nombre cuando era pequeño o adolescente, cuando empezaba a descubrir que las películas que adoraba tenían un autor. Me impresionó Días de vino y rosas (que era para mayores, en la que tenías que sortear porteros con añoradas artimañas), ante esa pareja feliz que disfrutan tanto el uno del otro estando borrachos, sin intuir que todo acabará en ruina, que hay un neón obsesionante que siempre ofrecerá refugio temporal e infierno sin retorno a los náufragos y llamado "bar". También era dramático contando la historia de esa chica maravillosa que superaba sus depresiones viendo joyas en Tiffany's y cantando Blue moon cuando el amanecer y la melancolía eran asfixiantes. El perverso Truman Capote fue menos complaciente con Holly. Jamás hubiera acabado su cuento moral con Audrey Hepburn empapada de lluvia y susurrando: "Gato, gato" mientras que George Peppard la observaba con rendido amor. Pero el conductor de ese cuento bonito antes había contado de forma magistral el terror de una mujer acosada por un psicópata asesino en la magnífica Chantaje contra una mujer.

Hay que remontarse a Keaton y a Chaplin para encontrar algo tan cómico e intemporal como el camarero borracho de la genial El guateque. O el disparatado duelo entre Lemmon y Curtis en La carrera del siglo. O los maravillosos títulos de crédito (Mancini, tu música era como la de Mozart) que inauguran la saga de la Pantera Rosa.

Las últimas veces que me enamoró ese fantástico narrador de historias en comedia o en drama (también amo su kamikaze western Dos hombres contra el Oeste) fue en 10. Esa enloquecida historia sobre un cuarentón, un pasajero del tiempo que debe cambiar las ilusiones de gozar la juventud por las satisfacciones adultas de adaptarse a lo que tiene, y en Victor o Victoria, un equívoco tras otro, la esencia de la subversión hablando de sexos en ese Hollywood conservador que durante mucho tiempo le coronó como rey.

Ese individuo se llamaba Blake Edwards. No me gustó que transformara su careto en la vejez, ni que pareciera un millonario hortera, ni que se casara con Mary Poppins. Pero yo le amaba. Muertos Pollack y él ¿quién va a reemplazar el genio y el espíritu de los hijos auténticamente grandes de Hollywood?

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