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Columna
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Teatrillo fantoche

Desazona leer a los comentaristas políticos españoles, inmersos en una burbuja endógena e incapaces de comprender que este partido ya no se juega en casa. Supongo que el poder es muy apetitoso y, como toda pretensión humana, es rico en miserias que han dado pábulo a toda clase de representaciones retóricas. Pero el poder tampoco se juega ya en casa; de ahí que dé cierta grima contemplar a tanto espadachín retórico levantando a estocadas un retablillo que nada informa ya sobre la realidad que nos afecta. Tiranos, catástrofes, zombis, villanos, se suceden en una representación que sería muy generoso calificar de shakesperiana, ya que se aproxima más a un teatro barroco degenerado, lleno de Deus ex machina y de fantasmas dispuestos para impresionar al auditorio. Lo que se trata de representar es un poder que se descompone como fruto de su maldad interna. Todo lo que generaría ese poder sería ya putrefacto, y así lo que destila el viejo tirano -Zapatero- es aún peor, muchísimo peor -Rubalcaba, de quien todo lo malo que se puede decir es poco-. Simple retórica de tres al cuarto, porque lo que está en juego no es Zapatero, sino España, nuestro bienestar y porvenir, y si la alternativa a quien ahora denominan tirano es lo que prometen estos espadachines, entonces estamos aviados.

Hemos vivido en el dispendio, y tras habernos gastado de prestado todo lo que no hemos sido capaces de producir, nos despertamos en el interior de un mal sueño. No somos el país más dinámico del continente, los paladines de la nueva Europa, frente a la vieja, franco-alemana y tan decadente. Somos uno de los PIGS, un país periférico, como no se cansan de repetírnoslo día tras día, triste y ancestral realidad que nos cuesta admitir tras un espejismo de décadas. No pretendo ser derrotista, porque yo sí creo que este país hizo una apuesta por la modernidad ilustrada -lo que es también uno de los activos de Zapatero-. Pero me temo que no consiguió liberarse del todo de viejas tendencias, esas que ya señaló David S. Landes en The wealth and poverty of nations y que le llevaban a considerar a España como un mal ejemplo: su imperio fue una invitación para el enriquecimiento, la pompa y la pretensión, mientras que otros, Holanda e Inglaterra, aprovecharon los suyos para hacer cosas nuevas de forma novedosa, para el progreso tecnológico. ¿Es esa la diferencia, y resulta aún insuperable?

El ex canciller alemán Helmut Schmidt decía en Le Monde hace unos días que se cometió un enorme error al acoger a cualquiera en la zona euro y se mostraba convencido de la creación de un núcleo duro europeo en el que se incluirían Alemania, Austria, el Benelux, algún país escandinavo y de Europa central y quizá Francia, pero no Italia. ¿Y España? Ese es el porvenir que nos espera mientras aquí nos dedicamos a montar teatrillos de navajeros. ¿Es una situación de emergencia nacional? Probablemente sí. ¿A qué esperan para ponerse de acuerdo?

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