La niña en 'La chulapona'
¿A qué escuela llevas a tu niño?, le pregunta una madrileña a otra. A La Corte del Faraón, le responde en serio la interpelada. Y una tercera interviene: "Yo estoy encantada con que mi niña vaya a La del Soto del Parral. La imaginaria conversación podría resultar un tanto exótica para quien ignore que la Consejería de Educación de nuestra Comunidad trata de homenajear al llamado género chico poniendo a las nuevas escuelas infantiles el nombre de algunas de sus obras. Y nadie duda, creo yo, que la zarzuela merezca que una escuela infantil acabe llamándose La chulapona. Constituiría además un acto de coherencia estética en un Gobierno tan castizo como el autonómico de Madrid. Según esto, no tendría por qué enfadarse el alcalde Gallardón, cuyo amor por la ópera no obsta para que aprecie el valor de algunas de nuestras zarzuelas, tan solo porque la consejería trate pedagógicamente de que los niños, preguntándose por qué se llama así su escuela, terminen por descubrir los encantos de la zarzuela. Al fin y al cabo, igual de castizo resulta el alcalde al proponer el nombre del madroño, viejo icono de la ciudad, para sugerir que ese arbolito figure en los membretes de una escuela infantil. Pero por lo visto se ha producido una seria disputa entre la consejería y la alcaldía por tratar de imponer cada uno los nombres de su gusto. Y como lo que roza la tontería provoca a veces la indignación, eso es seguramente lo que le ha ocurrido al alcalde para llegar a pensar en ir a los tribunales en caso de que no dé marcha atrás la Comunidad.
Como quien crea y quita escuelas es la Comunidad, dueña y señora se ha sentido de bautizarlas
Así que como quien crea escuelas y las quita es la Comunidad, pues dueña y señora se ha sentido de bautizarlas. Claro que la ley no le atribuye competencia en los nombres, pero si le da la real gana a su departamento de ideas no va la consejera a privarse de ese gusto. Ella bautiza las escuelas, crea la discusión y, eso sí, anima al Ayuntamiento, que es el que paga las escuelas, y quien paga manda, a que se ponga de acuerdo con los consejos escolares para cambiar el nombre, que es una manera de hacer complicado lo sencillo sin ahorrar gastos. Una exhibición de inteligencia. De modo que como la ley puede encomendar a los consejos escolares la decisión de dejar en tiempo perdido el empleado por la consejería en ocurrencias inútiles, ahora, tal vez, los consejos de las escuelas estimen más pedagógicos otros nombres ejemplares para sus rótulos, si no se les ocurre, siguiendo la idea de la Comunidad, cambiar el de La Corte del Faraón por El rey que rabió. En todo caso, no se les escapará a los consejos que es inadmisible que, con ellos por medio, se pierda el tiempo en juegos de niños no tan inocentes. No parece, pues, una desmesura que el gobierno municipal de Madrid se rebele contra una imposición tan arrogante como frívola, después de haber sugerido sus nombres con buenas maneras, pero a la consejera le parecen los suyos un arrebato creativo, y tan "alegres, popularísimos e ingeniosos" que decidió rechazar la sugerencia del Ayuntamiento.
Claro que, zarzuela aparte, los nombres de Fernando el Católico, Juana de Austria y Santiago Apóstol, que han corrido mejor suerte que el madroño de Gallardón, figurarán al frente de nuevas escuelas. Y los alcaldes que propusieron esa nomenclatura patriótica también han corrido suerte distinta de la del alcalde capitalino: han sido mejor atendidos. Pero la consejera tiene su explicación: fue capaz de renunciar a poner a esas escuelas Los sobrinos del Capitan Grant, por ejemplo, por el solo hecho de que los centros se ubican en calles con esos nombres. De haber coincidido la situación de algunas escuelas infantiles con las calles de Dolores Ibárruri o Carlos Marx, que dice la consejera que son los únicos nombres que se le ocurre proponer a Izquierda Unida, aunque solo han sido recordados esta vez por ella, es muy probable que acabaran llamándose así dos de las escuelas a inaugurar. Pero la consejera acusa de falta de imaginación a los que desde IU la tildan con razón de pintoresca y ecléptica. Lo pintoresco se alía aquí con lo ridículo, pero una cosa es evidente: que el eclecticismo de estos nombres no trata de evitar la polémica que otros nombres pudieran suscitar; encierra una burla.
Con los nombres zarzueleros de las escuelas no nos jugamos el destino de Madrid, menos mal, pero estos rifirrafes infantiles entre aquellos a los que pagamos para que actúen con sentido común no dejan de revelarnos actuaciones grotescas que llevan de la risa al cabreo ciudadano. Resulta alarmante que las Administraciones, sean en este caso del mismo partido y con frecuencia de partidos distintos, acaben apelando a los jueces para que la justicia rescate la razón perdida.
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