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No es la guerra, pero estamos en el frente

Lluís Bassets

No es la primera guerra digital. En las guerras hay muertos y heridos. Hay sangre. En esta, por el momento, solo hay detenidos. En las guerras cibernéticas la acción militar consistirá en paralizar las infraestructuras de un país con ataques a sus redes de ordenadores, sin necesidad de bombardear. Lo que hemos visto hasta ahora no son más que ejercicios de simulación sin bajas físicas ni ocupaciones o invasiones territoriales.

No es una guerra mundial, pero nos afecta a todos. Los secretos hablan de nuestros bancos y empresas energéticas, nuestros Gobiernos y políticos, incluso de nuestros empresarios, zarandeados sin misericordia por los intereses de la superpotencia. Nos ilustran sobre el poder ruborizante de la diplomacia. Nos señalan un punto estratégico en nuestro vecindario: una fábrica de productos hemoderivados. Nos dibujan los peligros del terrorismo, el narco o las mafias que actúan en nuestras ciudades y nuestras costas. En Barcelona, capital mediterránea de la gran delincuencia. ¡Y todavía no se ha publicado ni el 1% de los 250.000 cables!

En el combate jurídico de Wikileaks frente a Estados Unidos se jugará la libertad de expresión y el periodismo libre

Tal acumulación de noticias es una gran y excelente noticia para quienes se dedican a publicar noticias, y sobre todo para el periódico y los periodistas con acceso directo y exclusivo a la fuente. Pero es también una denuncia de la baja calidad del periodismo, de su sumisión a los poderes establecidos y en concreto a las fuentes e intoxicaciones oficiales. En el índice de lo publicado está la lista de nuestros pecados colectivos: los hilos que no hemos seguido, los conflictos que hemos olvidado, las sospechas que hemos descartado, las fuentes a las que no hemos acudido y el conformismo con que hemos enfrentado tantas y tantas pistas, indicios y barruntos como nos han ido llegando.

No volverá a suceder. Puede ser. Al menos de momento o por una larga temporada. No por los periodistas. Se encargarán los Gobiernos. Hay una solidaridad gremial, transversal en ideologías e incluso sistemas. Quieren trabajar solos y tranquilos, y dejarnos a los ciudadanos a oscuras. Ahora habrá una inversión universal de esfuerzos y regulaciones -secretas- para volver a sellar los secretos. Y en ella se hermanarán las frágiles democracias con la durísima China.

Pero Wikileaks no será un breve episodio azul en un cielo de nubarrones. En primer lugar, porque la mina justo acaba de inaugurar sus veneros, que se antojan largos y profundos. En segundo lugar, porque, incluso agotada, indica un camino que otros seguirán con la ayuda de la tecnología y la globalización. La grieta no se estrechará, al contrario. Como nos ha revelado la crisis, el nuevo mundo global no es sólo economía del crecimiento. Y las ventajas no son unilaterales: los inconvenientes también se reparten. Ahora lo saben los fabricantes y custodios de secretos.

Lo que hace Wikileaks no es periodismo por sí solo, porque necesita del periodismo convencional para obtener su dimensión pública. Pero sí es expresión libre tal como la entiende hasta ahora el Tribunal Supremo de Estados Unidos a partir de la Primera Enmienda a la Constitución. Recordemos esas pocas palabras trascendentales en la historia del periodismo libre: "El Congreso no hará ninguna ley (...) que restrinja la libertad de palabra o de prensa". Anthony Lewis lo ha contado maravillosamente en un libro esencial estos días, merecedor del Pulitzer (Una biografía de la Primera Enmienda): "Algo ha ocurrido a estas quince palabras de la cláusula sobre libre expresión y prensa. Su significado ha cambiado. O, más precisamente, la comprensión de estas palabras ha cambiado: por parte de los jueces y por parte del público".

Esta es la batalla que nos interesa. Ahí sí se juega el futuro. La última filtración se dirige hacia un arbitraje de la máxima instancia jurídica norteamericana, en la que cabe esperar la confirmación de su jurisprudencia, de forma que las comunicaciones a través de Internet queden bajo el manto protector de la Primera Enmienda y no sean pasto del control y la regulación de los Estados. No es una ciberguerra, pero es un combate jurídico en el que se juega el futuro de la libertad de expresión y el periodismo libre.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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