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Columna
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Malditos roedores

Uno, en su ingenuidad, seguía pensando que todos éramos iguales ante la ley. Bueno, unos más iguales que otros, pero esa es una costumbre muy española, un perfume más penetrante que el de Abrótano Macho, asumido por todos, consabido que se dice. Uno en su ingenuidad pensaba que la ley era igual para todos, que viene a ser lo mismo, pero en realidad no lo es, porque todos sabemos que el robo de dos gallinas está más perseguido que el robo de dos gallinas de los huevos de oro. Ustedes me siguen. Uno en su ingenuidad pensaba que los sindicatos eran lo que tenían que ser, los de clase, que se venía mayormente diciendo, y que había muerto el sindicato vertical, aquel que gobernaban aquellos ponzoñosos gordos, de pistola escondida, que entre sus labores algunos incluían el asesinato de abogados. Uno en su ingenuidad creía que este país había cambiado y había incinerado buena parte de su mala cosecha, los barbechos del franquismo, las escamas de la intolerancia, los lazos de la prepotencia. Uno se dio cuenta con la depravación de algunos programas de televisión, con algunos programas políticos, con algunos programas de salvamiento económico de los culpables de la crisis y el castigo económico a las víctimas de la crisis, de que no todo había cambiado. De que había mucho por cambiar. Lo que uno no se esperaba es que existieran aún sindicatos verticales en el país. No sé si los dirigentes del USCA (Unión Sindical de Controladores Aéreos) son gordos, porque solo he visto al guapo, como le llama Buenafuente al portavoz mediático que se inventaron los descontroladores aéreos para hacer platós, cual Belén Esteban o Rodríguez Menéndez cualesquiera. La reciente huelga salvaje de los descontroladores aéreos me ha dejado algunas conclusiones: que son un sindicato vertical, lo que en otros países se llama una mafia, que luchan por el control de acceso a la profesión para evitar que una mayor oferta les quite las horas extras que engordan sus abultadas cuentas bancarias. Dos, y más importante, que son unos acojonados y no tienen huevos para proponer una huelga en condiciones, con los resultados económicos conocidos y el valor que siempre entraña una huelga. Son cagados y por eso se refugian en las bajas por ansiedad (por cierto, ¿dictadas por qué médico? Convendría saberlo) para evitarse los servicios mínimos y los descuentos que inexorablemente lleva una huelga en condiciones. Es decir, son tipos sin escrúpulos, especímenes del país, detritus de una historia que creíamos superada, huelguistas ricos que ni siquiera son capaces de afrontar sus responsabilidades, que como buenos avaros matan por un céntimo de euro. Son malditos roedores que se comen al gato Félix por las patas. España espera sanciones, condenas, despidos. Este país no puede permitirse la existencia de sindicatos verticales. Esos de gordos sudorosos y ancho cinturon, aunque en vez de Abrótano Macho se perfumen con Esencia de Loewe.

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