¿A quién beneficia la histeria?
Hay un principio muy conocido en toda investigación policial para intentar encontrar los responsables de algún suceso: buscar quiénes salen beneficiados del mismo, como indicio para identificar posibles sospechosos. Muchos lo aplicamos a otras áreas de la vida que no tienen nada que ver con los delitos. Un acontecimiento, un problema, puede obedecer a muchas razones. En una sociedad compleja como la nuestra, las cosas pasan debido a la confluencia de varias causas, aparentes, ocultas, intencionadas o accidentales. Poder analizar así un problema añade mucha luz a su comprensión y ayuda a encontrar remedios para solucionarlo y evitar su repetición. He pensado en ello con motivo del rescate en marcha de la economía irlandesa. Me permito dar una visión simplificada de mi apreciación.
Las decisiones políticas han de ser mucho más valientes de lo que han sido, pero deben tomarse con serenidad
Los ciudadanos irlandeses, después de haberse endeudado hasta los dientes para consumir y para invertir, ahora deben apretarse el cinturón de una forma brutal y dolorosa.
Los bancos irlandeses, después de haber concedido créditos sin control del riesgo, han intentado esconder su situación aunque buscan ayudas públicas.
El Gobierno irlandés, después de haber rebajado, y en algunos casos eliminado, los impuestos, ha hecho el remolón en reconocer sus dificultades y su impotencia, para evitar aceptar la ayuda de la UE y la lógica intervención.
La oposición política, callada mucho tiempo, proclama a gritos que el país está en bancarrota, con lo que agrava los problemas de confianza exterior de la deuda.
Entretanto, los inversores que actúan en este ente anónimo que hemos denominado "los mercados" han visto una oportunidad de oro para ganar fortunas especulando a la baja con la deuda irlandesa, agravando y sobre todo acelerando el deterioro de la situación.
Si eso acabara mal, cosa que no es probable, deberíamos sentenciar castizamente que "entre todos la mataron y ella sola se murió".
Es cierto que la situación española es distinta, tanto por la mayor solvencia del sistema financiero como por la menor obsesión en la reducción de impuestos. Pero todas las otras circunstancias mencionadas se pueden aplicar a nuestra economía. Es necesario aprender en cabeza ajena y prepararse para próximas dificultades. El ajuste, después de unos años de crecimiento ficticio, es imprescindible. Lo que marcará el debate político de los próximos años será cómo se reparten los costes de las reformas necesarias.
Lo más preocupante del presente inmediato es que el ajuste no puede hacerse de forma histérica. Las reformas deben hacerse con decisión, pero con un mínimo de perspectiva y de consenso. Irlanda no puede pretender rebajar el déficit público del 30% al 3% en un ejercicio sin tomar medidas tan drásticas y tan injustas que crearán verdaderos problemas de convivencia. El Gobierno español no podía cambiar de forma radical su política anticrisis en un fin de semana, como hizo en el mes de mayo ante la presión externa, dando una sensación de bandazos imprevisibles. Y tampoco puede ahora ir soltando un pequeño paquete de reformas cada vez que los mercados se vuelven histéricos. Las decisiones políticas han de ser mucho más valientes de lo que han sido, pero deben tomarse con serenidad y coherencia. La histeria es mala.
En cambio, las grandes oportunidades de negocio en el mercado especulativo se ven favorecidas y hasta necesitan una cierta dosis de irracionalidad (las burbujas) y de histeria. Por ello hay que ver quién fija el ritmo. No puede admitirse que los Gobiernos, tanto los afectados (Grecia, Irlanda...) como los otros socios de la zona euro ( y muy especialmente Alemania...), trasladen a la política esta histeria, y con ello todos acaban actuando de forma espasmódica.
Estamos ante una falta de responsabilidad de los Gobiernos periféricos y una falta de confianza del conjunto de los Gobiernos de la UE. Unos deben acelerar los deberes, pero los segundos deben ser un filtro y no un simple transmisor de la histeria de los mercados. Si no son capaces de imponer el ritmo, regulando adecuadamente la actividad de las transacciones financieras y su fiscalidad, es mejor que acepten abiertamente que quienes nos metieron en la crisis, habiendo hecho grandes fortunas, deben seguir mandando. La historia explicará que además de los negocios especulativos que provocaron la crisis, también se consiguieron grandes negocios aprovechando la salida de la crisis.
Joan Majó es ingeniero y ex ministro.
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