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Columna
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Náusea

Carlos Boyero

Dedico infinito tiempo a ver la tele, algo estúpido o masoca, siniestro para el cerebro y el estado nervioso. Mi egoísta razón es pillar información sobre el infierno que han montado los gangsters del cielo, saber si voy a poder volar o si me obligan a quedarme en mi solitaria casita. Me pasmo ante alguna tertulia política (tan grimosas como las del hígado) al oír que la planificada barbarie de los controladores sobre el resto de los españoles obedece a la rebelión contra el estado de las cosas y que lo más lógico es que a esta la sucedan las de otros oprimidos gremios. Y me pregunto: ¿Están hablando de Espartaco y aquella rebelión de los esclavos que sembró el pánico entre los romanos? Los que no tenían nada que perder, aparte de su miserable existencia, sabían que si las legiones de Craso les derrotaban, iban a crucificarlos, la forma más dolorosa de castigo. Y me sigo preguntando: ¿Qué le va a ocurrir después de su órdago criminal a la rebelión de los millonarios? ¿Les van a quitar unas horas en la nómina por haber colapsado esta tierra en desgracia, les va a propinar una colleja ese señor de expresión conejil que ejerce de Ministro de Fomento, les van a obligar a confesar y a comulgar para expiar su travesura? No se me ocurre, constatando su impune reincidencia en joder al prójimo, que les suceda algo más grave que eso.

Todo invita al vómito cuando en medio de esta hemorragia colectiva, sociatas y pepeperos intentan hacer negocio. Es grotesco oír la recriminación a Rajoy de estar bañándose y tomando el sol mientras Zapatero conducía el barco de la patria. O a los que exigen la dimisión de éste por ser el máximo responsable de la movida.

Una controladora hace amago de llanto contando que ella y sus desolados compañeros padecen un ataque de nervios porque han sido rodeados por militares con pistolas. ¿Pretendía que portaran cirios pascuales? Yo llevaría misiles.

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