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Columna
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¿Nuevo alcalde?

Jaime Lissavetzky, al fin, ha asomado la cabeza con cautela. Ahora empieza de verdad la campaña para la alcaldía de Madrid. Desde el punto meramente especulativo, se presenta apasionante. Esta es la primera vez que la "digitalidad" de Ferraz y La Moncloa ha dado en el clavo. Veremos de inmediato cómo va todo.

Las armas de ambos contendientes son poderosas. Gallardón parte con ventaja porque lleva muchos años en la cosa y las encuestas le dan ganador. Pero el secretario de Estado del Deporte, de madre asturiana y padre ucranio, es un político de casta acostumbrado a la discreción y a la eficacia. Seguramente, uno de políticos más finos del momento. Lo ha demostrado desde hace años en las innumerables funciones que ha desarrollado. El Mundial de fútbol y el prestigio internacional de los deportistas españoles son solo un ejemplo de sus últimas gestiones. Ahora tiene que mostrar a los ciudadanos su capacidad como gestor en cualquier especialidad pública, no solo en el fútbol, a quien tiene que agradecer su inmensa popularidad en toda la nación y en el extranjero.

No es fácil vencer a Ruiz-Gallardón. Desde niño supo lo que es la Administración. Su padre fue uno de los parlamentarios más brillante, campechano y simpático de la derecha. Ha sido presidente de la Comunidad, lleva en la alcaldía la tira de años y ha realizado notables obras públicas, intelectuales y artísticas. Pero ahora el Ayuntamiento está arruinado y cuesta abajo. Además, no está bien visto en ciertos sectores de su partido; que le aburren a zancadillas.

Cualquiera de los dos tendrá que poner remedio este gran problema: Madrid está triste. Sancho Panza, uno de los mejores pensadores de la literatura, dice: "Las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias".

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