Capitanes en retirada
Fue, en los primeros pasos de la transición, un axioma indiscutible: el PSOE, junto con la UGT, o sea, el socialismo español, había cosechado desde su fundación un fracaso, calificado aquí mismo por Josep Benet como histórico, en Cataluña y ese, al parecer, sería de nuevo su destino. En los últimos meses de 1976, la Federación Catalana del PSOE representaba poca cosa si se comparaba con la pujanza de los comunistas del PSUC y de Comisiones, o con el arraigo de los socialistas de Convergència Socialista y hasta de los socialdemócratas del Reagrupement, procedentes ambos del mismo tronco, el MSC. El futuro del socialismo español parecía inscrito en su pasado: un partido marginal en Cataluña.
En solo unas semanas, sin embargo, los hechos se encargaron de arruinar las previsiones. La inteligente estrategia puesta en marcha, desde Barcelona, por Convergència Socialista, convertida en PSC-Congrés, y desde Madrid, por el refundado PSOE (Joan Reventós pactando con Felipe González) culminó en una coalición electoral con la desaparición de las respectivas siglas tras un nuevo rótulo, Socialistas de Cataluña, que consiguió llegar en cabeza en las primeras elecciones generales, 10 puntos por delante del PSUC y a gran distancia de las coaliciones nacionalistas de centro y de izquierda. El profetizado fracaso se convirtió en un triunfo en toda regla, que sirvió de base a la unificación orgánica del resto de grupos del socialismo catalán bajo la etiqueta PSC-PSOE.
¿Ha sonado el fin de esa historia? En realidad, hace años que los otrora Socialistas de Cataluña no son, o no se presentan, como PSC-PSOE sino como PSC a secas. Los electores catalanes han seguido otorgándoles su confianza mayoritaria en elecciones generales y en Ayuntamientos de grandes ciudades, pero se la han negado con la misma consistencia en las autonómicas. Incluso cuando obtuvo en 2003 su mejor resultado, unas décimas por delante de CiU en votos, el PSC quedó cuatro escaños por detrás, lo que no fue óbice para formar por vez primera gobierno, bajo la presidencia de Pasqual Maragall, responsable del gran giro estratégico de los socialistas de Cataluña: su coalición con Esquerra Republicana, muy crecida también en esas elecciones.
El salto desde el balcón del Ayuntamiento de Barcelona al de la Generalitat de Cataluña, sin un claro mandato de los electores, sustituido por la pértiga de Esquerra, se ha saldado con una estrepitosa derrota, anunciada ya en las elecciones de 2006, con la pérdida de casi un cuarto de millón de votos, y consumada el pasado domingo cuando el PSC ha retenido tan solo la mitad de los votos de 2003. Y si el primer tripartito se llevó por delante a un líder histórico del socialismo catalán, el segundo se ha cobrado la pieza mayor del grupo de sus capitanes: José Montilla ha decidido no ocupar su escaño y no presentarse a la reelección como primer secretario de su partido.
Dos presidentes de la Generalitat en solo siete años es un precio muy alto para una experiencia de poder finalmente fallida. ¿Es todo el precio que los socialistas de Cataluña habrán de pagar por una estrategia para la que no contaban con un nítido mandato de los electores ni con un socio muy de fiar? Es lo que se verá tras las próximas, demasiado próximas, elecciones municipales, último bastión de estos capitanes en retirada. Pues no han sido únicamente factores internos, errores estratégicos, disparidad de metas de los partidos coligados, los responsables de esta situación. En este sentido, suena como un sarcasmo que el errático Gobierno de Rodríguez Zapatero culpe de erráticos a los socialistas catalanes: en las sucesivas caídas de Maragall y Montilla algo, y aún mucho, han tenido que ver los bandazos en la política catalana del presidente del Gobierno.
Pero esta obvia constatación no sirve de lenitivo, y, menos aún, de remedio, para la derrota. Porque lo que demuestran las elecciones del pasado domingo es que los aparatos municipales de poder, construidos y manejados con solvencia por el PSC durante tres décadas, no son suficientes para alcanzar el gobierno y mantenerse en él; que para eso se necesita algo más: un proyecto político propio, compartido y sostenido por un amplio sector de la población. El PSC-PSOE lo tenía, allá por los años ochenta; lo perdió en alguna esquina del salón del Tinell. Y si no lo recupera o reconstruye, y no queda mucho tiempo, puede pagarlo no ya con la salida de la Generalitat, sino con la expulsión de los Ayuntamientos.
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