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Columna
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PSC: modelo en crisis

Comencemos por recordar algunos datos básicos. En las elecciones catalanas de noviembre de 2003, el PSC obtuvo 1.031.454 votos, el 31,16% de los emitidos, lo que suponía un virtual empate (22 centésimas de ventaja) con Convergència i Unió. El pasado domingo, al cabo de siete años de ejercer la presidencia y el grueso del Gobierno de la Generalitat, el PSC recogió 570.361 sufragios, el 18,32%, situándose más de 600.000 votos y 20 puntos por debajo de CiU. Tal es, a grandes rasgos, la magnitud del hundimiento del socialismo catalán.

Veamos ahora si el zoom aplicado a algunos resultados comarcales y municipales ofrece pistas sobre las causas del desplome. Comparando siempre las cifras de 2003 con las de 2010, tenemos que en el Baix Llobregat el voto al PSC ha caído del 40,60% al 23,43%, y en el Vallès Occidental, del 35,60% al 19,29%; en Osona el descenso va del 15,67% al 9,05%, y en el Gironès, del 25,26% al 14,01%. Con índices de participación semejantes para las dos convocatorias, en Badia del Vallès el apoyo a los socialistas pasa del 51,8% al 29,29%; en Gavà, del 43,32% al 23,6%, y en Ripoll, del 20,59% al 13,67%. Se diría, pues, que las alianzas, las políticas y los gestos del PSC a lo largo del último septenio -incluidos los bandazos finales- han tenido la rara virtud de desagradar tanto a su electorado potencial más españolista como al más catalanista, aunque tal vez al primero en un grado superior. La hegemonía y la radicalización del debate territorial-identitario durante este periodo han resultado devastadores para el partido que era la bisagra de la ambigüedad.

El descalabro socialista cuestiona el modelo de partido que surgió del ya lejano VII Congreso, en Sitges, en 1994

Lo cual -me refiero a la enorme pérdida de votos, pero también a la crisis de la ambivalencia identitaria, de aquel exitoso cóctel entre los Nadal y los Corbacho- pone en cuestión todo el modelo de partido que surgió del ya lejano VII Congreso, en Sitges, en 1994; de aquella asamblea que eligió a José Montilla secretario de organización, dando el primer impulso a su carrera supramunicipal. Nacido entonces, el poder orgánico de alcaldes y capitanes ha dado al PSC grandes éxitos, les permitió alcanzar altísimas cotas de poder institucional, aportar al PSOE decenas de diputados y hasta colocar trabajosamente en la presidencia de la Generalitat a un Pasqual Maragall patricio en exceso, del que no terminaban de fiarse... Pero cuando, en 2006, quisieron hacer esa presidencia plenamente suya -merced a una alianza antinatura y después de perder las elecciones-, el bocado resultó ser demasiado grande para sus mandíbulas. La derrota del 28-N castiga también esa sobredosis de crudo pragmatismo: lo que cuenta es mandar, no importa cómo, ni con quién, ni para qué.

Dos factores más me parecen relevantes para explicar el declive del modelo Sitges en el PSC. Por una parte, la base municipal del poder del aparato socialista ha empezado a sufrir la usura del tiempo y a dar síntomas de fatiga, no en vano acumula ya tres décadas al timón de la Administración local en gran parte del país. Por otro lado, uno no puede evitar la impresión de que, últimamente, el West Point de los capitanes socialistas concede ascensos, charreteras y condecoraciones con cierto apresuramiento, y sitúa en puestos clave del Estado Mayor a oficiales tal vez demasiado jóvenes, en todo caso poco fogueados en el combate político real. No se trata de convertir al jefe de campaña, Jaume Collboni, en chivo expiatorio de nada, pero tampoco parece que las novedades por él ideadas o aprobadas (los mítines relámpago, el super-Montilla, el vídeo del orgasmo...) hayan hecho ningún bien al PSC en las urnas. En cuanto a las declaraciones de la número ocho por Barcelona y portavoz parlamentaria adjunta asegurando, el pasado 7 de septiembre, que el PSC aspiraba a conseguir "68 diputados o más", a medida que la señora Rocío Martínez Sampere acumule mayor experiencia, aprenderá que ofender la inteligencia de los ciudadanos nunca es una buena receta.

(Continuará)

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Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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