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Guillotinas, maracas y vodevil

El roquero Alice Cooper entretiene a 4.000 fieles en Santiago

Gritaba a pleno pulmón Alice Cooper en Santiago uno de sus temas más conocidos al poco de empezar su recital del sábado: "I'm eighteen! [¡Tengo 18 años!]". Pero no. Tiene 62 y es evidente, por mucho que esté en buena forma y conserve su voz cavernosa -él diría de ultratumba- tras cuarenta años de rock duro. Lo que en su época pudo ser transgresor, ahora resulta en ocasiones descacharrante, como cuando le dio por decapitar con un florete el muñeco de un bebé.

Su música, sin embargo, sigue siendo contundente, como en los setenta. Lo sabían los cerca de 4.000 asistentes al concierto en el multiusos del Sar -uno de los últimos que patrocina el Xacobeo 2010- que esperaban los clásicos que la profesional banda que acompaña a Vincent Furnier atacó con School's out y No more mr. nice guy, nada más empezar el espectáculo.

Lo que en su época pudo ser trangresor ahora resulta descacharrante

A partir de ahí, el consabido ritual de Cooper y su "teatro de la muerte", como ha bautizado esta gira. A saber: camisas de fuerza, guillotinas, enormes jeringuillas cargadas de ponzoña infernal, horcas, espadas o un cíclope de dos metros y medio que le dedica un corte de mangas. En definitiva, muerte, mucha muerte. Hasta cuatro veces fue ajusticiado y renació Cooper durante el show, que duró algo menos de hora y media.

Sostiene el de Detroit que sus odas al Mal no están reñidas con su fe cristiana. Subido en una tarima, con unas patas de araña -el leitmotiv de su último disco, editado en 2008- enganchadas al costado y clamando "Vengeance is mine! [¡la venganza es mía!]", cuesta trabajo creerlo. Encaja mejor, quizá, su confianza en la talla política de Sarah Palin, de la que dijo en una entrevista hace un par de años que representaba "un soplo de aire fresco".

Cuando suena Poison, el público, no obstante, no está pensando en las contradicciones del personaje. Cientos de manos al aire, índices y meñiques extendidos y lenguas fuera como exige la tradición del rock duro, que en Santiago unió a viejos roqueros y adolescentes. Unos minutos antes, con Go to Hell, Cooper se atrevió a acompañar los rasgueos de los guitarristas con unas maracas, en su única contribución instrumental de la noche.

El cantante está curtido y sabe como ganarse al público. Si en su concierto de Madrid sacó una bandera de España para cantar uno de los últimos temas, en Santiago se enfundó una camiseta negra con la cruz de Santiago para congraciarse con el personal. Fue en el bis, en el que recuperó otro de sus clásicos, Elected, en el que vacila sobre sus aspiraciones políticas. "Soy un hombre con problemas para tiempos problemáticos", bromeaba ante los asistentes. Para cerrar, otra ración de School's out.

Ya querría Marilyn Manson, discípulo del de Detroit, tener la acogida de Cooper dentro de 30 años.

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