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Columna
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Las provincias no existen

Pues ya puestos a hablar sobre ontología, lo que realmente no existe, al menos desde un punto de vista económico, son las provincias. Si uno compara el peso económico que tenían las provincias de A Coruña y Pontevedra en 1980 con el que tienen según los últimos datos oficiales disponibles (2007) se encuentra con escaso cambio: del 74,8% se ha pasado al 77,6%. De hecho, probablemente este porcentaje esté cayendo en estos momentos, porque la crisis golpea más duro a las provincias occidentales. Los menos de tres puntos porcentuales en casi tres décadas se compadecen mal con la percepción general del aumento de la dualidad económica y la desertización de las provincias de Lugo y Ourense.

Los municipios resultan demasiado pequeños y las provincias, demasiado heterogéneas

La explicación a esta disonancia estadística se encuentra en que esos procesos ciertos y reales no se manifiestan a escala provincial. Si uno observa la evolución en el tiempo de la densidad empresarial y demográfica de Galicia se encuentra con un progresivo y marcado proceso de concentración en torno a la autopista AP-9, las capitales de Ourense y Lugo, y algunas comarcas diseminadas (A Mariña y Valdeorras, fundamentalmente). Claramente, el proceso de desarrollo socioeconómico funciona siguiendo el modelo de la "mancha de aceite", que se extiende a partir de los núcleos productivos más dinámicos y hace languidecer a las villas que en el pasado eran referencia principal. La reducción en los costes de transporte y las ventajas crecientes de las economías de aglomeración explican este cambio de roles. Un par de datos bastan para entender de qué estamos hablando. En 1900, el municipio de Ourense era poco más del doble que Allariz (21.198 habitantes frente a 9.195) o que Viana do Bolo (8.326 habitantes). En la actualidad Ourense supera ampliamente los 100.000 habitantes, Allariz no llega a los 6.000 y Viana do Bolo cuenta con poco más de 3.000 moradores.

En definitiva, las áreas urbanas de Ourense o Lugo tienen más que ver con la de Santiago de Compostela en tamaño, estructura , problemática u oportunidades que la primera con Chandrexa da Queixa, la segunda con A Costa da Morte, y la tercera con A Fonsagrada. Por otro lado, es evidente que cualquiera de las siete principales ciudades de Galicia se extiende desde hace tiempo mucho más allá de los municipios centrales. Las primeras y segundas coronas urbanas son espacios de movilidad urbana cotidiana para un porcentaje elevado de ciudadanos.

Todo lo anterior tiene claras implicaciones institucionales y de planificación socieconómica. Solo por casualidad, un marco institucional diseñado en el siglo XIX podía seguir siendo válido y útil. Los municipios son contenedores demasiado pequeños y las provincias son excesivamente heterogéneas. Los planes estratégicos municipales están condenados a quedarse irremediablemente cortos (¿cómo es posible planificar el futuro de la ciudad de Ourense sin tener en cuenta su cinturón industrial o el de Vigo sin tener presente la Plisan?). Y los planes provinciales tienen todas las papeletas para aparecer como estrategias deslavazadas, por muy sagaces que sean sus diseñadores. Al mismo tiempo es una realidad evidente que se está conformando un anillo de ciudades en Galicia que recorre buena parte del país y deja relativamente cerca de todo el mundo de uno de esos polos de crecimiento.

Por eso es tan importante avanzar en la definición y aplicación de áreas metropolitanas, urbanas y comarcas; y en que pensemos más en Galicia y menos a escala provincial y local a la hora de hacer apuestas estratégicas de largo recorrido. El marco de referencia para el siglo XIX lo constituían los municipios y las provincias. El del siglo XXI son los espacios supramunicipales y la comunidad autonóma. Una comunidad autónoma que tiene su socio natural en el Norte de Portugal. Para darse cuenta de ello, basta con mirar una foto nocturna y desde un satélite del Nororeste penínsular.

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