El hilo de oro
Los buenos libros bien podrían recordar a esos tapices en que se mezclan hilos de oro sin solución de continuidad con los más comunes, y en que una hoja, una mano, un pájaro aparecen de pronto transfigurados por una puntada de luz. Convocar la palabra, hacer aparecer ese hilo de oro, es la misión de la literatura. Estos son algunos de los libros en que tal pequeño milagro se ha producido en estas tierras, durante los últimos 60 años.
Cántico
Jorge Guillén, 1950
Jorge Guillén publica la cuarta edición de Cántico en 1950. La poesía es en este libro un "diálogo entre el hombre y la creación". Guillén es el cantor del presente. Cántico es un himno del hombre al mundo, una celebración de la vida y de la presencia. "Cantar, cantar sin designio", escribe. Para Guillén no hay escisión entre el lenguaje, el pensamiento y el mundo. La poesía de Cántico es un acto de fe al mundo y a la palabra.
Don de la ebriedad
Claudio Rodríguez, 1953
Claudio Rodríguez se enfrenta en este libro al gran problema de la literatura mística: cómo expresar lo que por propia naturaleza es inexpresable. Don de la ebriedad es un libro que entronca con san Juan de la Cruz y que hay que leer como un solo poema. Un poema que habla de la claridad y que sin embargo se torna oscuro a medida que lo leemos, y deja de ser inteligible, como si la poesía no estuviera tanto en lo que decimos sino en lo que no podemos decir. Sólo tenía diecisiete años cuando lo escribió, es uno de los grandes milagros de nuestra literatura.
Las ratas
Miguel Delibes, 1962
Cuando Delibes escribe Las ratas lo hace para denunciar la postración del campo castellano. Sin embargo, la novela es un poema sobre la infancia. El Nini, su pequeño protagonista, es la creación más compleja y cautivadora de toda su obra. Su saber es ante todo comunicación, encuentro con lo real. Miguel Delibes nos dice en Las ratas que todo niño es un ser asombroso, el ser -como escribió Bachelard- que realiza el asombro de ser. La obra de Miguel Delibes es comparable a la de todos los grandes moralistas, en el sentido que Camus da a esta palabra: los que tienen la pasión del corazón humano.
Desde el amanecer
Rosa Chacel, 1972
En Desde el amanecer, su autora nos narra los diez primeros años de su vida en Valladolid. Los personajes de Rosa Chacel nunca se conforman con pasar por la vida como sombras y mantienen una actitud de permanente exigencia frente a la realidad. "Concebir algo que no es, sobre lo que es; es decir, llevar lo que es hasta ser más", eso es escribir para Rosa Chacel. "Eso era estar en mi elemento", se afirma en Memorias de Leticia Valle, "tener algo que adorar".
Cuentos del reino secreto
José María Merino, 1982
La literatura es para José María Merino esa ciudad paralela "en que nadie ha muerto", los mendigos son dioses disfrazados y donde es preciso contar bien las cosas para que los gestos que sostienen el mundo no pasen desapercibidos. Walter Benjamin dijo que nuestro mundo es rico en información pero pobre en historias memorables. Merino siempre nos ofrece en sus libros historias así. Belleza más compasión, así definió Nabokov el arte de narrar. Y no hay frase mejor para definir los cuentos de este libro.
El cuento de nunca acabar
Carmen Martín Gaite, 1983
Todos los libros de Carmen Martín Gaite son tan sabrosos y vivos como una buena conversación. Y en El cuento de nunca acabar reflexiona sobre su oficio y el arte de narrar. Escribir es para la autora salmantina la búsqueda de un interlocutor providencial capaz de hacernos decir lo insospechado y relacionarnos con lo que desconocemos. Escribir es volver a pensar: hablar sin descanso para poder contemplar mientras lo hacemos el rostro de quien nos escucha.
Guía espiritual de Castilla
José Jiménez Lozano, 1984
La Castilla de este libro no es la Castilla dominadora e ignorante denunciada por Machado sino la Castilla europea de la romanización de Cluny y del Cister, y de las alianzas con Aragón y Cataluña; la tierra que creó el mudéjar y dio lugar a un estilo de vida nuevo, nacido de ese cruce de lo cristiano con lo arábigo y luego con lo hebraico. En uno de sus poemas José Jiménez Lozano habla de la nieve y la escarcha, las tardes rojas y doradas, el canto del cuco, los ojos y las manos de los hombres, el traqueteo del tren, los relatos y pinturas de los hombres, y concluye: "Todo esto hay que pagarlo con la muerte. / Quizás no sea tan caro". Estos versos resumen la obra de su autor.
Hay más
Francisco Pino, 1989
Francisco Pino escribió Hay más a la muerte de su mujer. Es uno de los poetas más inclasificables y libres de nuestra literatura. Un poeta lírico, jubiloso, siempre lleno de deseo y de gozo de vivir. Su pensamiento no teme la paradoja, ni rehúye las contradicciones, de forma que puede mostrarse a la vez cómico y trágico, meditativo y jubiloso, místico y terreno, devoto de la Virgen y del dios Pan. "Así viví los años, sin vivirlos, / ajustado a los peces y a los mirlos, / a los deslices y a los silbos varios. // Jamás supe si fui diamante o turba / transparente o tupido, recta o curva; / sé que viví sólo de adversarios". Para Pino "la poesía es susto, caminar sobre un alambre expuesto a caerte, a no ser nadie".
Libro del frío
Antonio Gamoneda, 1992
"No hay otra obra poética entre nosotros tan transida de frío ni tan consciente del miedo", ha escrito Carlos Piera de la obra de Antonio Gamoneda. Pocas obras han sido tan sensibles como la suya al espectáculo y al desamparo de la belleza. "He atravesado las cortinas blancas: / ya sólo hay luz dentro de los ojos", es el estremecedor final de Libro del frío. Para Antonio Gamoneda la relación del poeta con el mundo no es de usufructo sino de asombro y responsabilidad, por eso en un poema de Blues castellano define el amor como un "deber desconocido".
Razón de nadie
José-Miguel Ullán, 1994
Recibir lo que no se espera, eso es la poesía para José-Miguel Ullán. De ahí su atención no sólo a las grandes obras de la literatura y la pintura, sino también a lo aparentemente más insignificante: las letras de la canciones populares, las conversaciones de los adolescentes y los tenderos, los deslices en los artículos de los periódicos. Ullán nos pide que abandonemos nuestras certezas y entremos en el bosque vivo de los signos. Su poesía nos hace ver el mundo como un lugar lleno de señales, un lugar presidido por el Eros. Por eso María Zambrano dijo que era un cantor: un ser viviente entre tanto simulacro de vida.
La ruina del cielo
Luis Mateo Díez, 1999
La ruina del cielo es la segunda novela del ciclo de Celama, un lugar imaginario que resume el mundo novelesco del escritor leonés. Su protagonista es un médico que escribe un obituario sobre todos los enterrados en el cementerio del pueblo. Es una estremecedora metáfora del pasado y de la pérdida, del paso del tiempo, de la liquidación de ciertos modos de vida y del sentido último de la vida y la muerte.
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