Comer
A estas alturas de su gira por la Península no creo que haya dos tipos más odiados en España que Imanol Arias y Juan Echanove. No es solo que su programa de degustación culinaria haya coincidido con la crisis económica, sino que uno de los elementos que más rencor provoca en la gente es la sensación de que otro se lo pueda estar pasando bien.
Nuestro maestro H. L. Menken ya escribió que el puritano es aquel que sufre solo de pensar que pueda haber otro gozando en algún lado. Un país para comérselo tiene algo de programa pornográfico. La gula, variante de la lujuria, guiaba el otro día, a paso algo apresurado, a los dos presentadores por Zaragoza, a la busca del placer pleno, orgásmico. A modo de pesadilla los seguían unas formaciones joteras, pero para frenarlas sería indispensable un comando de la Inquisición.
Por compensar, el programa incluye unos pequeños intervalos guionizados, donde los dos actores se interpretan a sí mismos un poco forzados, como si justificaran tanto placer con un poco de que se nos vea currar. También hay algunos arrebatos líricos para arrancar y cerrar el espacio, casi siempre entre vistas aéreas, donde se les escucha declarar el amor por España y sus paisajes y gentes, pero esos elementos están puestos ahí para frenar el rencor visceral que el resto del programa provoca. Nos recuerdan que aman la España del cocinero entregado, la matrona generosa y el producto de la tierra, para refrenar nuestro instinto de salir a la calle y arrasar tabernas y botillerías.
Imanol Arias es siempre más intenso y augusto que Echanove. Tiene una mirada más indagadora, una presencia más sosegada. En cambio Echanove se refocila.
Desde que Jesús Gil hablaba con su caballo o daba lecciones de moral en un jacuzzi rodeado de tetas de silicona nunca tan enormes como las suyas propias, no se había visto a un tipo disfrutar tanto en la tele.
La gula informada de los dos protagonistas es la estampa más salvable de un tiempo de apreturas. Comer y beber bien es, tras darle muchas vueltas al sentido de la vida, remedio infalible contra el vacío existencial.
Estos Sancho y Quijote en gira de gourmets se ganan a pulso nuestro odio, pero es un odio nutritivo.
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