Llega el gran debate
Después de los videojuegos, el porno blando y los pinitos como rapsodas de Artur Mas o de Joaquim Nadal, llega el gran debate televisivo. Hoy los candidatos se la juegan en las distancias cortas, como las colonias.
Hace una noche clara y tranquila -que diría Jaume Sisa-, y los invitados van llegando a TV-3. La más madrugadora, la candidata Alicia Sánchez-Camacho, que inicia un lento goteo de coches negros que traen a los futuros gestores de este país. Tras un rato de espera, a los periodistas nos conducen en grupo, cual pastorcillos navideños. En el plató del debate hace una temperatura Cuní (es decir, hace un frío que pela). Los seis participantes aparecen uno a uno, de Puigcercós a Albert Rivera; aunque el que parece despertar más expectación es el líder de CiU. Como ya se preveía, hoy se ha terminado hablar de identidades y aparecen en toda su crudeza los dinerillos. A diferencia del resto de la campaña, ante las cámaras se han abandonado sentimientos y pasiones, y aparece el debate económico. Impuestos, modelo financiero, formación laboral. A la hora de la verdad, la crisis, de la cual se ha hablado en abstracto, ahora se materializa ante los telespectadores.
En pantalla, Puigcercós le hace guiños sobre referendos a Mas, mientras este parece querer una relación abierta. El presidente Montilla le contesta a Sánchez-Camacho sin mirarla, mientras esta garantiza que todo el servicio doméstico del PP está formado por inmigrantes con papeles. Solo Herrera parece defender el tripartito y hablar de ecologismo, mientras Rivera insiste en las buenas relaciones de los catalanes con el resto del Estado y recuerda sus orígenes andaluces. A todo esto Cuní participa poco, todos los candidatos parecen haber venido con ganas de hablar. Finalmente, la campaña se ha metido en los hogares. Oh, bienvenidos, pasad, pasad a una televisión que es casa de todos, si es que hay televisiones de alguien (es un decir).