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Columna
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Políticos en fase terminal

Esta Generalitat es una ruina y quienes la gobiernan, unos manirrotos terminales. Tal podría ser la muy apretada síntesis del debate sobre los Presupuestos de 2011 desarrollado el jueves pasado en las Cortes Valencianas. No es una conclusión novedosa porque, a excepción del segmento tragaldabas de la feligresía popular, todo el mundo sensibilizado con los asuntos cívicos es consciente del grave deterioro de las finanzas públicas autonómicas, que algunos califican de dramático y hasta de irreversible si no se adoptan medidas extremas o prodigiosas. No se desprende otra cosa de las cifras aportadas en la referida sesión parlamentaria.

Por lo pronto, y como sin duda le consta al lector, la gestión del presidente Francisco Camps legará a sus sucesores una hipoteca de 45.000 millones de euros, cuando el presupuesto a debate no alcanza los 14.000. El cómo se amortizará ese pufo a partir de tan desproporcionados recursos no parece impresionar a los populares, que al decir del redimido y pintoresco diputado Ricardo Costa es una deuda que pueden asumir. Y en ello están. No se paga a los proveedores, se asfixia a las empresas y servicios públicos -la deuda farmacéutica alcanza cifras escandalosas- en los que se propicia la degradación para justificar su desguace o privatización. Y no se nos acuse de demagogos porque ya se ha acometido ese proceso que esta infausta comunidad lidera tanto en sanidad como en enseñanza.

Para su desgracia, el Consell ya no puede echar mano de las cajas de ahorro autóctonas que hasta hace cuatro días subvenían sus déficit, fantasías y caprichos. Las ha exprimido hasta perderlas. Ni tampoco podría acudir al mercado de capitales, pues su insolvencia se lo veta. Solo le queda la ayuda del Estado -que está a dos velas- y la venta de patrimonio, esa receta desamortizadora que la presidenta autonómica madrileña le prescribe al alcalde de su capital. Aquí, algo podría recabarse subastando algunos de los floripondios urbanísticos que nos ha regalado el PP, como son el Ágora, esa estrambótica e imprevista pista de tenis en la Ciudad de las Artes, el circuito automovilístico o el nuevo Mestalla, por citar unos pocos delirios totalmente prescindibles, como el mismo arquitecto Santiago Calatrava, esa genial carcoma de los dineros públicos.

Mientras el desastre económico se consuma o la providencia provee, el PSPV ha emprendido su particular campaña propagandística con fines electorales para recordar a sus propias huestes, más incluso que a las adversarias, que todavía hay vida y renovadas ilusiones en Blanquerías, la sede del partido. Una campaña que no es precisamente navideña, por lo agresiva. Incluso al dirigente socialista Jorge Alarte se le ve ahora engallado y desafiante. Se diría que la cadaverina política que exhala el molt honorable y su cohorte le pone belicoso. Sin embargo, no es él quien solivianta al clan gobernante, sino su portavoz parlamentario Ángel Luna, contra quien se apuntan iniciativas judiciales disparatadas con el fin de neutralizarlo a toda costa o sumirlo en un nimbo de sospechas. Deben pensar los denunciantes que sus infundios serán acogidos por un juez de la camada de Juan Luis de la Rúa y con ello fomentar la injusta idea de que en todos los partidos cuecen habas podridas. Y no es eso, obviamente.

Acabamos el comentario sin haber por una vez mencionado siquiera la corrupción asociada al PP valenciano. Y es que, siendo tanta la asociación, han acabado por ser sinónimos.

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