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Un especialista en retos difíciles

Narcís Serra, uno de los políticos catalanes protagonistas de la transición, pasa a la reserva

Enric Company

Cuando Narcís Serra i Serra (Barcelona, 1943) accedió en 2005 a la presidencia de Caixa de Catalunya, pudo parecer que se trataba de una prejubilación de lujo para uno de los protagonistas de la transición a la democracia en España. Pero la crisis financiera y económica que sacude al Occidente capitalista ha convertido mullidos sillones presidenciales en poco menos que instrumentos de tortura. Lo que se preveía como un plácido paso a la segunda fila ha resultado ser una montaña rusa capaz de desestabilizar los más curtidos estómagos

Y no será porque la trayectoria anterior de Serra no incluyera desafíos de los que cabe calificar como sumamente difíciles, hasta el extremo de convertirse en históricos. Al revés, lo suyo fue asumir ya desde desde el principio de su carrera política retos en los que las posibilidades de éxito nunca estuvieron aseguradas de antemano.

Lo que parecía una prejubilación de lujo ha resultado una montaña rusa

El mayor de todos fue el de hacerse cargo en 1982 del Ministerio de la Defensa en el primer Gobierno socialista formado en España desde la guerra civil de 1936-39, con el objetivo de homologar a los militares del franquismo con los de los países democráticos integrantes de la OTAN.

Parecía imposible, pero aquel reto se saldó positivamente, de forma que ya ni se habla de él. Lo mismo había sucedido con el anterior, que fue el de hacerse cargo de la alcaldía de Barcelona en 1979 al frente de la primera coalición de izquierdas y catalanista formada en Cataluña tras el franquismo. Sus tres años en la alcaldía le permitieron, sin embargo, lanzar una idea, la candidatura para los Juegos Olímpicos de 1992, que terminó por convertirse en el proyecto para sacar a la capital catalana de cuatro décadas de oscuridad urbanística.

Aquella etapa sirvió también para que Serra diera las primeras muestras de un modo de ejercer el poder que más adelante iba a resultar su más notable característica en una carrera que incluye haber sido vicepresidente del Gobierno de España: discreción y guante de seda. Eso fue lo que apuntó cuando logró recuperar como alcalde de la izquierda proyectos para la ciudad de Barcelona que respondían a la lógica desarrollista de las últimas etapas del franquismo, como la construcción del cinturón de ronda y la rehabilitación del distrito fabril del Poblenou.

Se abre ahora ante Serra otro desafío muy interesante, al que probablemente no pueda responder solo con el ejercicio de la presidencia del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC) y del Centro de Información y Documentación Internacional de Cataluña (CIDOB), dos de las actividades que ha compaginado en estos años con la presidencia de Caixa Catalunya. ¿Qué hacer ahora? Es el mismo interrogante que se ha planteado a otros protagonistas destacados de la transición a los que la edad y la salud permiten seguir todavía socialmente en activo, como es el caso, por ejemplo, del que, antes de ser rival político, fue socio profesional de Serra, Miquel Roca, uno de los dos catalanes que participaron en la ponencia que redactó la Constitución.

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